La que fuera la letra de la conocida canción realizada en 1984 por Luis Eduardo Aute, fallecido el pasado 2020, y que nos decía "cine, cine, cine, más cine, por favor, que toda la vida es cine y los sueños cine son", hoy en día, este cántico a la bendición del cine se va a quedar sin salas de exhibición. Pues las salas de cine de nuestra ciudad están sucumbiendo a una cascada de cierres, y una de las últimas –y muy importante– ha sido el Palau Balañá situado en el paseo de Sant Antoni de Barcelona. Un cine que comenzó en 1965 como un cine de barrio fundado por Pere Balañá Espinós y que llegó a tener más de 1.600 localidades. En el año 2020 acometió una importante reforma para adecuar el espacio a un complejo de siete salas con diferentes aforos de espectadores. Este complejo no ha podido resistir las actuales circunstancias, y esto es lo que le ha llevado tristemente al cierre de sus instalaciones. Una ausencia que nos dice que en la medida de que este tipo de equipamientos desaparece, una parte de nosotros se va también. Desde pequeños nos hemos sumergido en la magia de las películas que nos hacían reír, llorar, pasar miedo y un largo etcétera de sentimientos que compartíamos, aunque fuera en la oscuridad de la sala, con nuestros amigos y seres queridos. Las palomitas que siempre comprábamos antes de empezar la película, así como los besos ocultos con nuestra pareja durante la adolescencia, contribuían a dibujar un mundo sugestivo, que al mismo tiempo nos brindaba unas vivencias ficticias, que nos hacían confundir la realidad con la ficción, y que en muchos casos recordaremos durante toda la vida.
Sin embargo, la tecnología ha evolucionado, como en todo, desde los inicios del cine mudo de los hermanos Lumière, hasta hoy en día con las nuevas técnicas digitales y el 3D. Pero esto no ha sido suficiente para parar el goteo continuado de clausuras de las salas de proyección. Las películas en 360 grados, las pantallas esféricas, las proyecciones holográficas, los nuevos sistemas multisensoriales... un compendio de nuevas tecnologías que no han podido ser implementadas, y que podrían haber sido el salvavidas de estos establecimientos, pero debido a su elevado coste, no han podido estar al alcance de todos. El confort y la comodidad de estar en nuestra casa a través de las plataformas on-line, que desde el sillón nos ofrecen multitud de contenidos, están llevando al abismo a un negocio que desde siempre ha formado parte de nuestra ciudad.
Estas salas son un bien cultural que anualmente mueve muchos millones de euros, porque son el último eslabón de la producción y de la distribución de una actividad empresarial y productiva tan importante como la industria cinematográfica. Las salas de cine están pasando un mal momento. La pandemia y la estrategia de los productores, de lanzar los estrenos de sus productos en sus propias plataformas on-line, sin la necesidad de exhibirlos en las salas cinematográficas, hacen un flaco favor a lo que es una pieza más del sector y tejido cultural de Barcelona. Un equipamiento cultural de ocio con una amplia repercusión y aceptación por parte de la ciudadanía, fuera de toda duda. Este interés popular por la cinematografía llevó, ya por el año 1981, a la institucionalización de La Filmoteca de Cataluña, una institución cultural de la administración de la Generalitat cuyos objetivos son la preservación de material fílmico y la difusión de la cultura cinematográfica. En definitiva, unos objetivos de difusión del cine que lamentablemente van a quedar para la historia, si no se apoya a la iniciativa privada.