Doña Ana Estancovitch Basilovich nunca tendrá una calle ni una plaza dedicadas en la Barcelona feminista ni en el Área Metropolitana. A pesar de que una plaza en la Vila de Gràcia se ha rebautizado como Poble Gitano. Y aunque parte de su descendencia colabore con el Ayuntamiento de Barcelona en la vigilancia de pisos y obras de protección oficial. Doña Ana nació en Tàrrega (Lleida) en el año 1900, aproximadamente. Su familia provenía de Serbia y llegó a Barcelona antes de construirse las Casas Baratas de Can Tunis. Se casó con Mateo Jorodovich, de otra saga procedente de Yugoslavia. Y su prole no ha parado de crecer y extenderse por L’Hospitalet, Sant Adrià, Figueres y otras periferias.

La leyenda de los Jorodovich engrandeció cuando emparentaron con los Montero, los Alunda, los Bolunda, los Ugal, los Cuenca, el Julián, el Vaquilla, el Gato, los Echepares, los Mortes, los Mulatos… Suman más de cien años de gitanería y unos árboles genealógicos que han sido rompecabezas para los policías desde Franco hasta hoy. Pero la matriarca fue doña Ana, quien rozando los noventa años liaba y fumaba canutos con más rapidez y lucidez que aquella juventud que se pasó a la heroína y dejó de obedecer a los abuelos. Mujer de ley, decía ella. Y lo era.

Entre los Jorodovich hubo y hay mucha gente honrada, ganaderos, carniceros y tratantes de caballos. Cuando se les escaparon varios jamelgos en L’Hospitalet y corrieron por la autopista de Castelldefels, hicieron real aquella escena de Fellini en su película Roma. También tuvieron un predicador evangelista que congregó a miles de fieles gitanos. Así como traficantes de drogas, de armas y confidentes de la policía, que hacía y hace la vista gorda con los pequeños trapicheos a cambio de que los patriarcas les entreguen a los que se pasan de las rayas. Gente de ley, garantizaba su bisabuela Ana. Por eso unos aprendices de independentistas guerrilleros les compraron armas. Cuando llegaron a su escondrijo y abrieron el paquete, sólo había tubos de plomo y madera. Al momento, la pestañí (brigada político social) cayó sobre ellos.

La historia de los Jorodovich es también otra historia de Barcelona. En 1979, un gitanillo embistió a los agentes de la Guardia Urbana con un coche robado y murió de un balazo. Acudieron al funeral parientes de media Europa. Formaron una caravana de lujosos coches negros con gitanos vestidos de luto ante la jefatura de los urbanos. El teniente de alcalde Pasqual Maragall y el alcalde Narcís Serra se reunieron con ellos para enterrar el hacha de guerra. El churumbel tenía quince años y fue sepultado, con otros antepasados muertos violentamente, en el fascinante panteón familiar de Montjuïc. Siempre con flores y vigilado, se aconseja no fotografiarlo, que los gitanos son muy suyos con sus muertos. Tanto que, ni Ada Colau ni Eloi Badia, supuesto jefecillo del cementerio, no han osado acercarse al lugar ni a los Jorodovich. Aunque son gente de ley, según doña Ana Estancovitch Basilovich, que en paz descanse.