Rafael Argullol es responsable en cierta manera del fenómeno de El infinito en un junco, un libro de 400 y pico páginas que se ha convertido en un best seller de la literatura en habla hispana, un éxito más que notable si tenemos en cuenta que se trata de un ensayo que, además, cuenta la historia de los libros. Según confesión de la autora, fue el pensador catalán quien le animó allá por el 2017 a plasmar su erudición y entusiasmo por la obra escrita y la oral en un relato que fue concebido inicialmente para un público minoritario, pero que acabó arrasando.
Los barceloneses tenemos la suerte de recibir mañana a Irene Vallejo, la autora de esa obra imposible, escrita a mano en su primera versión en las horas que la vigilia y el duelo dejaban libres a esta licenciada en Filología Clásica. Es la pregonera de Sant Jordi. Y hay que decir, para regocijo y satisfacción de la gente normal de este país, que 24 horas después de leer el pregón en Barcelona recibirá en su Zaragoza natal el Premio Aragón de 2021.
Es de agradecer que en tiempos sectarios y de enfrentamiento insensato, el Ayuntamiento de Barcelona haya elegido a una vecina aragonesa para recordarnos las grandes virtudes de la letra impresa, que es al final lo que celebra Sant Jordi, aunque a hora y media de camino también conmemore el día regional aragonés. “Los libros hacen caer las fronteras”, ha dicho Vallejo, una mujer que no da puntada sin hilo y que cuando pronuncia esa frase sabe muy bien por qué evita los verbos tumbar, derribar, derrumbar o acabar. Huye de la confrontación.
Nunca escribe de política ni de polémicas. Pero defiende que la esencia de la vida es el “sentido comunitario” que desde su punto de vista quiere decir que “todo lo construimos entre todos”, frente al sentido identitario que separa a la gente en comunidades enemistadas; o incluso enemigas. Es difícil tocar más la actualidad sin aludir a los titulares del día.
El infinito en un junco lleva más de 30 ediciones y otras tantas traducciones desde que fue editado en 2019, un récord al que ha contribuido haber recibido el Premio Nacional de Ensayo de 2020. Es un texto que triunfa en la línea de los éxitos literarios que se han producido en Europa durante la pandemia, con casos tan curiosos como las Meditaciones, de Marco Aurelio. Y enlaza con la tendencia mundial de las preferencias lectoras de los últimos años, entre las que destacan las obras del israelí Yuval Noah Harari, y más a nivel local La España vacía, del brillante Sergio del Molino, paisano y coetáneo de Vallejo.
Ensayos en los que la erudición se combina sabiamente con la épica y la experiencia personal hasta elaborar una narrativa apasionante y adictiva. Por eso ha dicho Mario Vargas Llosa que este ensayo seguirá leyéndose cuando la actual generación de lectores haya desaparecido.
Irene Vallejo tiene una característica singular que adorna a las personas auténticas. Ha sido víctima, como ser humano y como mujer, pero no es vindicativa, sino humanista. Por eso su literatura es la voz de los héroes del silencio y del consuelo, por eso cuando habla del papel activo y vital de las mujeres en la historia de la narración, del libro oral y de su conservación a lo largo de los siglos es tan creíble. No hay impostura, sino generosidad, amenidad y calor.
Hay que felicitar al Ayuntamiento de Barcelona por su elección, una decisión que sin duda se habrá basado en lo leído en los medios de comunicación de fuera de Cataluña, porque tristemente la mayoría de los locales han tratado el fenómeno extraordinario de Irene Vallejo como si se hubiera producido en Nueva Zelanda.