Este mes, que ahora empieza, marca el ecuador del mandato de los ayuntamientos. No ha sido una época fácil. A los problemas cotidianos, hay que sumar una pandemia y su consiguiente crisis económica y social. Los municipios no son ya lo que eran. Los que otrora eran los problemas de cabecera han dejado paso a nuevas realidades, nuevas situaciones de vulnerabilidad y nuevas incógnitas de futuro. Nadie se escapa.
Otra cosa es qué han hecho los gobiernos municipales para estar a la altura. Quizás ahora sea el momento de analizar, por parte de los medios de comunicación, la gestión de gobiernos y oposiciones. Cuál es el riesgo de pobreza, cómo sigue el acceso a la vivienda, cómo está afectando la crisis a los barceloneses, cuántas familias dependen de la ayuda de organizaciones como Cáritas o Cruz Roja, cómo se ha deteriorado la convivencia en algunos barrios, qué hacer ante el desplome monumental del turismo, cómo reorganizar el transporte y, así, un largo listado de problemas.
El consistorio debe replantear sus prioridades. ¿Es realmente el acceso al agua un problema para las familias, cuando el suministro a los más vulnerables está más que garantizado? ¿Es una prioridad la creación de una eléctrica municipal para acabar dependiendo de Endesa? ¿La limitación de la movilidad es, en serio, el problema más acuciante, y la única forma de abordarlo es bloquear al coche con bloques de hormigón? ¿Con qué criterio se realizan los planes de ayudas a las entidades? ¿En función de qué objetivos? Ciertamente, las prioridades ahora se marcan en otro escenario, quizás con menos glamour, casi seguro que con un punto menos ideológico, o mejor dicho, menos sectario, y más transversal.
¿Dónde están las viviendas sociales prometidas? ¿Cuántas personas reciben atención social por parte del Ayuntamiento? ¿Qué hace el consistorio para minimizar el riesgo de exclusión? ¿Hay planes de empleo en la ciudad de Barcelona? ¿Qué ayudas están previstas para el transporte público? ¿Cómo se activará el servicio público de transporte para reducir el coche por la ciudad? ¿Está previsto un plan de conexión para favorecer la compra de coches eléctricos? ¿Hay algún plan industrial en la cabeza del consistorio para favorecer, por ejemplo, la instalación de un clúster en Barcelona en torno a los proyectos del coche eléctrico o de fabricación de baterías? ¿Qué haremos con el Hermitage? ¿Se han elaborado planes anticrisis por barrios, atendiendo a su diversidad económica? ¿Qué haremos con el turismo? ¿Cómo plantearemos la reducción de dióxido de carbono en el Puerto? ¿Apoyará el Ayuntamiento la ampliación del aeropuerto para aprovechar las oportunidades de crear un hub internacional? ¿Cómo se apoyará a las familias para superar la brecha digital, que se ha hecho evidente durante la pandemia y que afecta a los más vulnerables? ¿Se flexibilizará el servicio público del taxi, dando cabida a otras fórmulas, o se seguirá dependiendo de sus sectores más radicales? ¿Cuáles son los planes para frenar la inseguridad? ¿Está previsto algún plan para este verano? ¿Se potenciará el turismo nacional? ¿Cuáles son las políticas para incentivar la industria cultural?
Han pasado dos años y la crisis nos ha acogotado. Eso es una evidencia, pero a la crisis le ha resultado fácil porque Barcelona no tiene ni empuje, ni planes de futuro, ni nada que se le parezca más allá de las estrategias de bajos vuelos. En estas páginas lo hemos dicho en repetidas ocasiones. Barcelona está en decadencia, como lo está Cataluña, que sigue sin gobierno y con la imagen que, el que tengamos, será una entelequia en manos de la constante, permanente y cansina pugna independentista. Estamos de capa caída y no se vislumbra luz en el horizonte. La alcaldesa dice que se volverá a presentar a una nueva reelección, rompiendo su promesa. De hecho, no es la primera vez que lo hace. Ya dijo, cuando dejó la PAH, que no se dedicaría a la política, y ha estado ocho años con el bastón de mando. Pretende estar cuatro años más, algo que realmente pone los pelos de punta. Las preguntas antes planteadas están sin respuesta, o con respuestas vagas y endebles por parte del gobierno municipal. En la oposición no están mejor las cosas. Maragall y Artadi están en otros menesteres. El PP tiene un problema con el concejal Bou, que va de por libre; Ciudadanos está al borde de la extinción y del grupo –de dos– del señor Valls se conoce más bien poco, con largas temporadas de silencio.
Dirán ustedes que soy un derrotista y un pesimista convulsivo. Quizás tengan razón, pero no se me viene a la cabeza nada a lo que asirme para decir que Barcelona tiene una esperanza más allá del ruido ensordecedor de la política. No es que estas esperanzas estén ocultas, es que no existen. Barcelona tiene que volver a ser una ciudad agradable para vivir, para convivir y para trabajar, y está lejos de los tres axiomas. Que lejos queda aquella Barcelona cosmopolita. Ahora somos una Barcelona provinciana, en el peor significado de la palabra.