Ya han pasado diez años desde el 15-M, quién nos lo iba a decir, que es como el mayo del 68 para toda una generación. Uno se pregunta en qué ha quedado todo y qué nos ha traído. Seguro que habrán oído o leído a más de una persona provista de inteligencia, y a más de un mentecato, darle vueltas al asunto para acabar llevando la oveja a su corral y yo me he dicho que no iba a ser menos. En otras palabras, hoy me toca ser mentecato.
Se habla mucho y desde hace mucho tiempo de la crisis de la izquierda, pero se habla muy poco de la crisis de la derecha, que es igual de importante y significativa. Van parejas y una no se comprende sin la otra.
La culpa no fue del chachachá, sino del neoliberalismo. En algún momento de la década de 1970 se tambaleó todo un poco y enseñó la patita. Más adelante, el neoliberalismo como ideología irrumpió con el ímpetu de un elefante en una cacharrería y nos ha dejado todo patas arriba. La socialdemocracia de antaño ha quedado en una suerte de democracia cristiana y el conservadurismo, en un club de papanatas.
Dicho de otra manera: la idea de progreso ha sido sustituida por el ansia de lo inmediato; la racionalidad, por el sentimentalismo; el individualismo pasa a ser egoísmo y, triste paradoja, éste se amaga en un concepto identitario, el que uno tenga más a mano, sea nacional, religioso, étnico, sexual o ideológico. Añadan las redes sociales a la mezcla, sumen los trágicos resultados de una desigualdad social y económica creciente y ya verán ustedes.
Ojo con el verbo: el pensamiento crítico ya no vende; ahora vende lo emocional. No cabe pensar, sino dejarse llevar. La nueva política es asamblearia; en la asamblea es muy difícil discrepar de la opinión mayoritaria (que no siempre coindide con la mayoría). Quien cuestiona el discurso o la identidad mayoritaria, ni que sea un poquito, es expulsado de la tribu sin misericordia.
En Cataluña, el 15-M respondió en la calle al neoliberalismo convergente. Hubo feroces e indiscriminadas políticas de recortes en sanidad, educación y ayudas sociales públicas y la tijera la puso el Govern dels Millors del señor Mas. Ninguna otra Comunidad Autónoma española ha recortado tanto el Estado del Bienestar, y ninguna otra sigue todavía con un presupuesto en políticas sociales tan por debajo del que tenía en 2010 como la nuestra.
Pero, ¿en qué acabaron esas protestas? ¿Cuál ha sido la herencia del 15-M en Cataluña? Porque seguimos igual, o peor.
En la izquierda, surgió la señora Colau. Suelen decir de ella que es más activista que política. Se sostiene en una ideología asamblearia, voluble, esclava de la inmediatez y más atenta al juego embarullado de identidades posmodernas y nacionales que a la corrección de las causas socioeconómicas de la desigualdad social. Pregunta: ¿Ha cambiado significativamente la vida del barcelonés más desfavorecido gracias a la acción política municipal? No diré ni sí ni no, sino que dejaré que se lo piensen.
La derecha catalana y catalanista ha dado paso a la extrema derecha que llevaba en su seno. Se manifestó en forma de procés, identitaria, esencialista, asamblearia, neoliberal hasta el tuétano, sentimental y cursi hasta el hartazgo, que fructificó en un terreno abonado por 30 años de pujolismo y formación del espíritu nacional.
Diez años después, Barcelona se precipita hacia la insignificancia a pasos de gigante. La cultura está bajo mínimos, en la que fuera capital cosmopolita. Ya somos una ciudad de provincias, una del montón. La burguesía vive de rentas y no emprende nada de verdad interesante. La realidad de la pobreza y la desigualdad social es lacerante. La falta de talento, la inoperancia y el desprestigio de nuestras instituciones es peligrosa. La extrema derecha se ha instalado en la normalidad y vive a la sombra del poder, que practica la discriminación entre ñordos y buenos catalanes. Mientras tanto, pronto discutiremos si un pipicán debería ser un área de socialización canina o si los, las y les personas, personos y persones se escriben así o de otra manera, y así nos entretendremos un rato.