¡Lo ha conseguido! En un año y medio de mandato, Ada Colau ha conseguido que Barcelona sea una ciudad antipática. Empezamos con no querer turistas, y ahora los ansiamos tras la pandemia. Dijimos que no a los hoteles porque atraían a estos indeseables.

Hemos declarado la guerra al coche sin tener en cuenta que miles de barceloneses marchan cada día a su trabajo fuera de la ciudad y las combinaciones del transporte público son manifiestamente mejorables, y que miles de foráneos vienen a trabajar a Barcelona con su coche porque los parkings disuasorios son una entelequia. En esta guerra al coche hemos pintarrejeado la ciudad de colorines, la hemos llenado de bloques de piedra y hemos bloqueado la circulación en numerosas calles. Por si fuera poco, hemos ideado los engendros de las illas que sirven entre para poco y para nada.

No queríamos las eléctricas privadas y hemos hecho una eléctrica municipal que no es más que un engañabobos, un presagio de lo que ocurriría si las veleidades de algún concejal se llegan a cumplir como en el caso del agua. Ahora todo funciona. En manos de Eloi Badia se me viene a la cabeza su penosa gestión en todo lo que toca. Recuerden los cementerios.

No queríamos tampoco terrazas porque se amenazaba el descanso de los vecinos, como si vivir en una ciudad fuera equiparable a un prado en el Pirineo, y porque había que dejar paso a los peatones por las aceras. Paso sí, tomarse una cerveza o un café era algo más difícil en una ciudad mediterránea que vive de puertas afuera. Ahora decimos que no al Hermitage sin tener ninguna alternativa con quien comparar. Dejamos que los manteros camparan a sus anchas metiendo un hachazo en las cuentas de los comerciantes del barrio. Dejamos que aumentara la inseguridad porque ya saben que la policía solo está para decorar y meter multas porque, entre otras cosas, aparcar en Barcelona es una aventura digna de Indiana Jones.

Ahora también decimos que no al aeropuerto con el supuesto argumento de la contaminación. Basta comprobar que el aeropuerto no pasa del 20% en la contaminación de Barcelona, incluidos estos meses de pandemia. Decimos que no, comunes con el inestimable apoyo de ERC y Junts, porque parece que preferimos ser unos provincianos. Mientras el independentismo radical sigue cortado el tráfico en la Meridiana como si fuera todo un alarde de valentía política, lo que me parece una memez.

Por si acaso, la antipática Barcelona no dejará fumar en la playa. Dicen que para que haya playas limpias, como si los que beben y comen en la arena fueran educados y se llevaran los residuos. Tirar el cigarro en la arena es incívico y de guarros, pero también lo es dejar desperdicios aunque no fumes. Y la última, la bomba, la recogida de basuras puerta a puerta que ha empezado en Sant Andreu. Tiras la basura a unas horas y unos días, en bolsas de colores, como si los ciudadanos tuvieran el sitio suficiente en su casa y no tienen más problemas que adaptarse a los deseos de la alcaldesa. Resultado, empreñada general.

Barcelona ya no es la ciudad ideal para trabajar, para vivir y para convivir. La vivienda es cara y aparte de algún container que otro no hay prácticamente vivienda pública, esa gran promesa que aparece como el Guadiana pero que nunca llega a buen puerto. Barcelona no es lo que era. Es ahora una ciudad antipática.

Jaume Collboni ha marcado dos veces perfil estas semanas. Una con el aeropuerto y otra con el Hermitage. Es un toque de atención a Colau, porque ser de izquierdas no quiere decir ser intervencionista y dedicarse a dar por saco a los ciudadanos. Encima Colau quiere repetir como alcaldesa. ¡Dónde irás que más valgas!, dice el dicho. Ciertamente Colau se presenta porque los comunes están bajo mínimos pero los barceloneses no se merecen un nuevo mandato de Colau, porque seguramente no quieren ser antipáticos.