Hace unos días, una profesora de la Massana que impartía un curso sobre arte y feminismo tuvo la peregrina idea de llevarse a sus alumnas al museo Picasso para aplicarle el Me Too de forma retroactiva y abochornarle por machista desde una perspectiva de género. Las alumnas en cuestión lucían camisetas con frases como “Picasso maltratador”, “Picasso barbazul”, “Picasso, la sombra de Dora Maar” o (la más delirante de todas) “Picasso es Antonio David Flores”. La profesora era la artista valenciana María Llopis, feminista, performer, activista queer y creadora post porno (signifique esto lo que signifique), y su tesis consiste en que Pablo Picasso fue, además de un machista infame (cosa que ya intuíamos todos, señora Llopis, pero gracias por su epifanía), un maltratador de mujeres (tanto psíquica como físicamente) que se aplicó con saña a la tarea de acabar con la carrera artística, siempre brillante (según Llopis), de las pobres infelices que cometían el error de enamorarse de él. No sé si estamos ante una nueva maniobra woke o ante un desahogo pueril, pero creo que nos lo podrían haber ahorrado.
En el peor de los casos, puede que Picasso dejara mucho que desear como ser humano, pero todo parece indicar que en la historia universal del arte va a ocupar siempre un papel más destacado que el de la concienciada señora Llopis. Y la comparación con el ex marido de Rociíto…Hombre, ya puestos, podrían haber equiparado a Picasso con monstruos modernos como Harvey Weinstein o el difunto Jeffrey Epstein, pero con un picoleto expulsado del cuerpo por quedarse el dinero de las multas que ponía y que se enganchó cual garrapata a la hija de La Más Grande para solucionarse la vida (como así fue, pues lleva años lucrándose con su parasitismo mediático), pues me parece un pelín fuera de lugar (aunque normal en un país en el que una ministra y hasta el presidente del gobierno llaman por teléfono a una presunta víctima para solidarizarse con ella mientras se lucra con sus desgracias).
Según la señora Llopis, Dora Maar y Françoise Gilot eran artistas de fuste a las que el barbazul malagueño les jorobó la existencia. Lo segundo no lo dudo, pero de lo primero ya no estoy tan seguro. Y ambas tuvieron la oportunidad de deshacerse de él y la desaprovecharon por motivos que solo a ellas atañen. Cuando todos los involucrados en tan (¿sórdidas?) historias de amor llevan años criando malvas, montar un numerito tan ridículo y primario como el de la señora Llopis y sus alumnas está francamente de más. Y a estas alturas del curso, todos deberíamos tener claro que ser un gran artista no siempre equivale a ser un gran ser humano: si empezamos a eliminar de la historia a brillantes pintores, escritores y cineastas que dejaban mucho que desear desde un punto de vista ético y moral, corremos el riesgo de quedarnos en cuadro. Les guste o no a las chicas de la Massana y su vehemente profesora, Picasso es uno de los artistas más importantes del siglo XX y de Dora Maar solo se acuerda mi amiga Victoria Combalía.
La obsesión de reescribir el pasado se da en todos los campos, de la política al arte, pasando por lo que haga falta. Pero hay maneras y maneras de hacerlo. Vestir a tus pobres alumnas con unas camisetas cutres para avergonzar a un muerto al que, como tal, todo se la pela, no me parece de las mejores: más que nada porque la acción (supuestamente) justiciera deviene una cachupinada adolescente que llega tarde y no sirve para nada. Puede que Pablo Picasso fuese un tipo asqueroso en su relación con las mujeres, pero a estas alturas, ¿a quién le importa?