La propuesta del Gobierno catalán para el aeropuerto de El Prat, después de años clamando por convertirlo en un gran hub internacional, consiste en pedir que nunca llegue a serlo. Un hub es un aeropuerto que ofrece vuelos intercontinentales con aviones de gran capacidad que se llenan con pasajeros del propio territorio y con los que llegan en aeronaves más pequeñas que realizan trayectos más cortos. En su lugar, el Gobierno catalán propone que los aviones de corto recorrido no utilicen El Prat sino Lleida, Reus y Girona. Desde allí, los pasajeros utilizarían un tren de alta velocidad para ir hasta el aeropuerto barcelonés. ¡La de maletas que se perderían!
Primer inconveniente: ninguno de los tres aeropuertos periféricos dispone de conexión ferroviaria con El Prat. Se puede construir, por supuesto, pero no estaría lista ni mañana ni pasado mañana. Una infraestructura ferroviaria tiene un periodo de maduración largo. Hay que licitar y adjudicar el proyecto a una ingeniería, y luego se licita y adjudica la obra. Por supuesto: se puede hacer todo a la vez. Hay un ejemplo del resultado de hacerlo así: la línea 9 del metro. Aún no está lista, pese a llevar más de 10 años de retraso y haber cuadruplicado el coste. Y en el caso del metro no hubo problemas de expropiaciones de terrenos, que sí podrían darse en las líneas de ferrocarril. Para no añadir que la alta velocidad no está pensada para distancias tan cortas (entre 100 y 150 kilómetros). Por debajo de 400 kilómetros, el tiempo del recorrido de un tren de alta velocidad (de construcción hasta tres veces más cara) es peor que el de un Avant o un pendolino.
Por otra parte y teniendo en cuenta que la tendencia a futuro es reducir los vuelos con duración inferior a dos horas y media debido a que suponen un coste medioambiental incomparable con el del ferrocarril, esto supondría que Barcelona renunciaría a ser punto de enlace para la península Ibérica: Madrid queda más cerca de casi cualquier ciudad española o portuguesa, con la excepción de las situadas en territorio catalán. ¿Cómo ir de Córdoba, Huelva o Santiago a Barcelona empleando mucho más tiempo? La gente considera dos factores a la hora de realizar un viaje: el coste y el tiempo. En lo segundo al menos, Barcelona siempre saldría perdiendo.
Añádase que el futuro de los tres aeropuertos catalanes no es de lo más optimista. El de Girona se nutre de vuelos baratos con destino, en no pocos casos, a la Costa Brava, mientras que el de Reus alimenta al entorno de la Costa Dorada. No es seguro que eso vaya a durar toda la vida. La liberalización de las líneas ferroviarias abre la puerta a fletar trenes que trasladen este tipo de turismo desde París o Frankfurt a Cataluña. Emplearán más tiempo, sin duda, pero es probable que resulten mucho más baratos y, desde luego, el tren tiene mucha más capacidad que el avión. El aeropuerto de Lleida, de momento, sigue infrautilizado. El sueño de que se convierta en un aeropuerto de invierno para quienes quieran disfrutar de las pistas pirenaicas de esquí sigue siendo eso: un sueño.
El problema del futuro es que nunca se sabe cómo será. Se puede ver en el cambio de actitud de los comerciantes barceloneses. Se han pasado los últimos años protestando contra la apertura de los comercios en fin de semana y ahora aplauden la propuesta municipal de poder abrirlos. Pero hay una cosa que resulta casi, sólo casi, segura: el futuro no será una repetición del pasado. Adivinar cómo pueda ser y adelantarse con las medidas oportunas forma parte de la tarea de un buen gobernante. También de un buen comerciante que se mueva en la economía de mercado.
Cabe que todos los vaticinios que apuntan a que los aviones de corto recorrido irán a la baja sean erróneos. Pero si no es así, la propuesta del Ayuntamiento de Barcelona y del Gobierno catalán de alimentar de pasaje internacional al aeropuerto de El Prat desde Reus y Gerona tiene un recorrido muy corto.
Cuando Maragall hablaba de un gran aeropuerto barcelonés pensaba en que fuera el centro de una gran región mediterránea que iba desde desde Toulouse y Montpellier, por el norte, hasta Zaragoza, en el oeste, y Valencia en el sur. El proyecto del ejecutivo catalán (Lleida, Reus y Girona), es mucho más pequeño y con menos población.
No es una casualidad. Los nacionalistas tienen una visión diminuta de sí mismos y de su lugar en el mundo. Les basta con ser el pueblo elegido. Lo extraño es que lo apoye la alcaldesa de Barcelona, cuando sólo puede contribuir a empequeñecer la ciudad. Aunque bien mirado, ¿para qué potenciar Barcelona si al paso que va no tendrá pronto ni una sola compañía de importancia?
Dentro de nada, Pere Aragonès y Ada Colau podrán mirarse de lado a lado de la plaza de Sant Jaume y decirse con arrobo: “Al fin solos”.