No en el sentido de la edad, por supuesto; sigue siendo igual de joven que cuando entró en la alcaldía. Se ha hecho mayor porque empieza a tomar decisiones juiciosas propias de gente con experiencia y criterio, pese a que le puedan granjear alguna antipatía.
Lo digo a propósito de las medidas del Ayuntamiento de Barcelona para impedir que la Barceloneta se convierta de nuevo en el estercolero de los incívicos que pasan la verbena de Sant Joan en sus playas. Desde que Ada Colau dirige el consistorio es la primera vez que se toman decisiones claras en defensa del interés general, no del de la fiesta guay supuestamente progresista.
El dispositivo que ayer anunció la Guardia Urbana y el teniente de alcalde de Seguridad no solo tiene cara y ojos, no solo es serio, sino que supone poner medios para evitar que el esparcimiento y la diversión de una parte de los barceloneses se convierta en el fastidio de sus vecinos. Es un acto a favor del orden público y de la convivencia. La propia Colau quiso comparecer ante la prensa –su presencia no estaba prevista-- en compañía de Pedro Velázquez y Albert Batlle para capitalizar la iniciativa y asumirla en primera persona.
Parece que por fin ha visto el camino, que la realidad y la gestión de la ciudad empiezan a operar en ella los mismos efectos que ya se habían manifestado en sus mayores, en los concejales de izquierdas que a lo largo de los últimos 40 años han tenido responsabilidades municipales en Barcelona y en las ciudades de su entorno.
La alcaldesa, por fortuna, se hace mayor. Al menos en ese aspecto, porque en la gesticulación política tiene más problemas, como demuestra su comportamiento frente al jefe del Estado. Lo tiene castigado, según ella misma asegura. Hasta que la Casa Real no explique los orígenes de la fortuna de Juan Carlos I, boicoteará al rey Felipe VI, pero ojo no siempre será así, solo en los actos protocolarios: un concepto en el que no entran las cenas de gala, pero si saludarle a su llegada a un acto, por ejemplo.
En ese capítulo aún tiene un cierto lío, como su partido. Jéssica Albiach, probablemente la política más solvente de En Comú Podem, reclamaba el otro día a Pedro Sánchez que cuando anunciara los indultos no lo hiciera como secretario general del PSOE, sino como presidente del Gobierno. Y lo hacía, creo, sin darse cuenta de lo evidente, de la permanente confusión de papeles de su propia organización. Colau castiga al jefe del Estado en nombre de Barcelona, cuando en realidad solo cuenta con 11 de sus 41 concejales. Y no digamos Pablo Iglesias, que hacía proclamas republicanas como vicepresidente del Gobierno y desde la sede de la vicepresidencia.
En fin, progresan, pero todavía no adecuadamente.