Un experimento para educar a la ciudadanía de Barcelona en la agricultura ecológica costará 129.751 euros de dinero público. El nuevo malgasto tendrá lugar en la cubierta del mercado de Vall d’Hebron. Forma parte de la estrategia de Colau y sus corifeas para “promover la agroecología y la soberanía alimentaria, acercando la ciudadanía a los huertos urbanos y dando apoyo a las iniciativas ciudadanas de agricultura urbana”, según las enrevesadas definiciones rellenas de palabrería hueca que cultivan las comunas y su escudero de asuntos ecológicos y reproducción de ratas, Eloi Badia. Pasa que, como Ada y su banda del empraste nunca han dado palo al agua, ni tirado de azada, ni manejado un motocultor ni doblado el espinazo para vendimiar o para recoger patatas, presentan serias limitaciones intelectuales para diferenciar entre una cabra y una oveja.
Se trata, por tanto, de otra idea abracadabrante ubicada en el tejado del mercado al que sólo se podrá acceder en grupitos seleccionados cuando esté abierto. Ello significa que coliflores, tomates, habas y otras especies deberán adaptarse a los horarios urbanitas que dictan las asesorías de eminencias municipales. Sin que sirva para nada la experiencia práctica de agricultores y hortelanos de verdad. Porque, guste o no, se trata de sembrar la ciudad de huertos para “fomentar la conciencia ecológica y medioambiental y la sostenibilidad, promoviendo acciones terapéuticas, educativas, de inserción sociolaboral y de mejora de las condiciones de vida y de la salud de las personas que participan, con especial atención a los colectivos vulnerables”, según la rimbombante retórica de la élite del club antisistema que vive a costa del sistema. Como siempre, el truco es prometer mucho para incumplirlo todo.
La única experiencia conocida de Ada en lo que se refiere a las faenas del campo es irse de vacaciones a una casa rural de aquellas que son coquetos hotelitos camuflados donde hubo los restos y corrales de una masía. Y lo único que al parecer aprendió de horticultura es que el perro del hortelano ni come ni deja comer, como hace ella con los problemas más importantes de Barcelona. No obstante, su capricho es “conseguir una ciudad ecológica, sana, inclusiva, cohesionada, justa y resiliente, y con una ciudadanía implicada en la gestión de los huertos y en la promoción de la agroecología y la soberanía alimentaria”. Parrafada que si la cuenta a un payés, le lanza alguna de las piedras que los payeses guardan en la faja. Pero si añade lo que reza uno de sus documentos “los valores de la estrategia del Ayuntamiento son tres: “la justicia ecológica, la inclusión y justicia social y la democracia participativa”, ella se siente tan grande y progresista como Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Evo Morales, Alberto Fujimori, Lula da Silva o Evita Perón predicando a los pobres indígenas. Para crecerse más todavía, sólo faltaba que la conferenciante Begoña Gómez, esposa de su ahora admirado Pedro Sánchez, divulgase que “lo rural es cool”. La duda es si Ada sabe distinguir entre lo cool y la col.