Que Cataluña, que es Barcelona y sus alrededores, esté de capa caída desde hace ya tiempo nos lo demostró el celebérrimo caso del cocodrilo del Pisuerga, avistado por vez primera hace poco más de un año, el 5 de junio de 2020, cuando, un viernes por la tarde, unos chavales aseguraron verlo nadar por el río, como si tal cosa. Al día siguiente, después de varios avistamientos, tuvieron que intervenir las autoridades y el asunto del cocodrilo pasó a ser portada de algunos periódicos, a falta de nada mejor.
Con el cuento del cocodrilo, pasó desapercibido el tradicional escualo de la Costa Dorada, ese tiburón que asoma, o asomaba, cada año en alguna playa catalana para atemorizar a los indefensos bañistas. Nada, no asomó ni la colita. Sí, perdón, un pez mordió el dedo de un tipo… Ay, no, que fue antes de la pandemia. En fin, que nuestro escualo de la Costa Dorada haya dejado de marcar tendencia en las noticias del verano es, como les decía, un síntoma más de la decadencia en que nos hemos metido nosotros solitos estos últimos diez o veinte años, no me hagan contar ahora.
Sin embargo, nuestros ínclitos munícipes han decidido aportar su granito de arena a la criptozoología de nuestro país. En efecto, tendré que hablarles de la rata que ahora es, ahora no es, la rata de Schrödinger. Así como Mies van der Rohe tiene el pabellón Barcelona, uno de los edificios más bellos de la ciudad, las elucubraciones de Schrödinger se han manifestado en forma de rata con la inestimable ayuda del área de Ecología, Urbanismo, Infraestructuras y Movilidad del Ayuntamiento de Barcelona.
Como es sabido, un sistema cuántico permanece en superposición hasta que interactúa con el mundo externo o es observado por él. Esto, traducido al fenómeno de la rata de Schrödinger, quiere decir que la rata es y no es al mismo tiempo hasta que alguien fija su atención en ella. Así, los vecinos del barrio de Sant Andreu del Palomar afirmaban que la rata era y el Ayuntamiento de Barcelona, en particular todo aquél munícipe encargado de la recogida de basuras puerta a puerta, negaba que era. La rata fue y no fue durante unos días, como corresponde a toda rata cuántica que se precie.
Hasta que, cielos, la rata interactuó con el mundo externo. En cristiano, un vecino le sacó una fotografía. Entonces la rata abandonó ese estado de superposición y definitivamente fue una rata de toda la vida. ¿Qué ocurrió entonces? Que el Ayuntamiento de Barcelona se negó a interactuar con la rata en cuestión. Les traduzco: la existencia de la rata fue fervorosamente negada por el Ayuntamiento, pese a las pruebas y evidencias físicas de su paso por la vida. Pero como la rata ya había abandonado el estado de superposición y era una rata de alcantarilla «comme il faut», el área de Ecología, Urbanismo, Infraestructuras y Movilidad tuvo que comerse con patatas la existencia del roedor.
Acto seguido, sin embargo, elaboró una sólida teoría que explicaba por qué la rata de Schrödinger-Barcelona había abandonado su estado de superposición y se había materializado alrededor de las bolsas de basura abandonadas por el servicio de recogida de residuos que pagamos todos los vecinos. Tal teoría afirma que la rata estaba ahí porque los vecinos son unos guarros y tiran la basura que no toca el día que no toca.
Que nadie recoja esas bolsas depositadas en la vía pública no es responsabilidad del Ayuntamiento. Como saben, cobra la tasa de residuos y la recogida de basuras por separado, que es como pagar dos veces por lo mismo. No será por el mucho trabajo que dedican a cobrar que hay ratas. Lo que tienen que hacer ya lo hacen: ponen un adhesivo que asegura que ha sido una crueldad abandonar una bolsa de basuras en la vía pública, afirmando que ella no lo haría, y ahí la dejan, para escarnio del culpable, tormento del barrio y alimento de ratas. La bolsa tiene «microchises» que permiten a unos «educadores» a los que nadie ha invitado la invasión de la privacidad del hogar y pronto permitirá achicharrar a multas a los que tiran a la basura los pañales el día que no toca.
Sí, no tendremos cocodrilos en el Besós o el Llobregat, ni escualos en la playa, pero Barcelona pronto será célebre por la primera colonia conocida de ratas cuánticas, a las que sumar cucarachas, gaviotas y demás simpáticos animalitos. Todo por la criptozoología y la biodiversidad.