Joan Subirats ha dejado el consistorio. Fue fichado a bombo y platillo en las últimas elecciones por Ada Colau quizás para enviar un mensaje de sobriedad y buen hacer en el equipo de los comunes y hacer frente así a las críticas sobre su gestión. Dimitió Subirats y lo ha hecho sin provocar una crisis de Gobierno porque su despedida era una crónica anunciada. Sin embargo, en su adiós, el concejal de Cultura deja sin respuesta a una pregunta. ¿Por qué el concejal de Cultura se desentendió del Hermitage y dejó la gestión de su ubicación en manos de Janet Sanz, la concejal de Urbanismo? No tenemos la respuesta, al menos por ahora.
Ha salido reforzado Jordi Martí, el candidato a las primarias socialistas que ganó Jaume Collboni. No quedó ni segundo, fue el tercero, aunque tuvo en aquella época el apoyo de Toni Comín, y se marchó con armas y bagajes a las filas de Colau porque en el mundo socialista ni tenía nada que hacer ni era querido por la militancia. Martí coge más poder. Además de Presupuestos llevará Cultura. Al menos los críticos con el consistorio nos alegramos de que no sea el beneficiado Eloi Badia porque, sino, se vislumbraba un inminente fiasco en el área cultural. Con Martí no hay seguridad de que esto se produjera, con Badia se tenían todos los números.
Para Ada Colau no es una buena noticia la marcha de Subirats. Quedan dos años para las elecciones y todo se está moviendo. Hasta Collboni, siempre tan reacio a hacer cambios tiene en cartera un cambio en el grupo municipal socialista con el objetivo de tomar la iniciativa de cara a los próximos comicios. Collboni ha sido muy criticado por no dar un golpe en la mesa ante los excesos de Colau, pero algo se mueve en Can PSC. No solo el líder del partido ha llevado la contraria a la alcaldesa, sin estridencias y sin poner en cuestión el pacto de gobierno, mientras que ahora el PSC está dispuesto a repartir de nuevo las cartas para tomar posiciones.
Lo hacen los socialistas en un momento adecuado. Colau está inmersa en su propia melé y el resto de formaciones políticas sumidas en el caos. Valls ya es una entelequia, aunque Ciudadanos y PP no le van a la zaga. Junts per Catalunya sigue con Elsa Artadi al frente, pero a la señora Artadi le interesa tanto Barcelona como a mí la degustación vegana, y ERC con sordina pero casi sin demasiados miramientos se está poniendo en cuestión la idoneidad de presentar a Ernest Maragall como candidato, aunque Maragall no se da por apercibido y continúa con su política de tierra quemada. Nadie en ERC Barcelona osa sacar la cabeza.
Al margen de algunos estridentes anuncios de candidaturas como la de Daniel Vosseler y su Barcelona Ets tu, de rumores sin demasiada base, de teorías de la conspiración que sitúan en las quinielas a Salvador Illa o a Santi Vila, la futura alcaldía de Barcelona está en manos de tres: socialistas, comunes y republicanos, aunque el resto de formaciones no son descartables para decantar mayorías. Hace bien Collboni en mover sus piezas porque Colau está débil y su gestión recibe cada día más críticas. Hace bien en moverse para desmarcarse, marcar perfil propio y tomar la iniciativa. Dos años pueden ser interminables, hay que saber coger fuerzas y dosificarlas sin perder ripio de la política catalana que se está moviendo y pactos hace dos años imposibles pueden ser realidades dentro de 700 días. Haría bien también el líder socialista en buscar nuevos apoyos en los barrios de tradicional voto de izquierdas y no estaría de más que pensara en cómo reforzar su candidatura. Seguro que Collboni está pensando en todo esto. Ahora solo falta ver como se concreta, aunque algunos contactos que está manteniendo en las últimas semanas hacen presagiar que el cambio no será cosmético.