Hace unos días, me encaminaba yo hacia el Clínico para una de esas pruebas que tanto nos entretienen a los coronarios cuando me crucé con Màrius Carol, que iba al dentista. Nos detuvimos unos minutos para comentar la coyuntura y, como ya viene siendo común entre colegas de una cierta edad, acabamos entregándonos a las inevitables reflexiones apocalípticas sobre el futuro de nuestra querida ciudad natal, que se intuye poco propicio, en mi opinión, por culpa de la pinza criminal que los lazis y los comunes le están practicando desde hace tiempo, cada grupo a su manera. Salió el tema del provecto Ernest Maragall, quien, según una encuesta reciente, es el favorito de los barceloneses para ocupar la alcaldía de la ciudad, y me comentó Màrius que, en ambientes procesistas, se ha puesto de moda comparar al Tete con Joe Biden (acto seguido, se lanzó a un interesante monólogo sobre lo que pensaba del Tete y que no voy a reproducir aquí para no buscarle la ruina, ya que Màrius es un pilar de la sociedad y, además, no quiero que la próxima vez que me lo cruce se cambie de cera para esquivar a un bocazas). En cualquier caso, ambos coincidimos en que el Tete se parece a Biden como un huevo a una castaña y que lo único que comparten es su edad avanzada (yo nací el mismo año que Artur Mas y confío en no tener nada que ver con él, francamente, prefiero recordar que en 1956 también nació Johnny Rotten, líder de los Sex Pistols).
Yo no me había enterado de que los lazis comparaban al Tete con Biden, pero el otro día leí una entrevista con la nueva embajadora catalana en Madrid, Ester Capella, donde ésta insistía en lo de Ernest Maragall como nuestro Joe Biden. Bueno, me dije, también comparaban hace poco la Plana de Vic con Liverpool en un documental de TV3: la Cataluña catalana es dada a las hipérboles inexactas. De hecho, que comparen al Tete con Biden no es lo más grave. Lo realmente preocupante, para mí, es que tantos de mis conciudadanos piensen que el hermano trepa de Pasqual Maragall pueda ser el alcalde que necesita Barcelona: yo diría que no necesitamos al Tete para nada que no sea acelerar la decadencia de esta ciudad y echar a perder definitivamente todo el buen trabajo que hizo su hermano listo cuando estaba al frente del Ayuntamiento, antes de que se le fuera la olla con el Estatut y colaborara de manera entusiasta –aunque quiero creer que involuntaria- al desastre catalán de los últimos años.
Si en algo se parece el Tete a Biden es en optar a un importante cargo público a una edad más bien avanzada. Pero lo grave de Ernest Maragall no es la edad, ya que la juventud no es garantía de nada, como nos demuestran a diario Ada Colau y sus secuaces Janet Sanz y Eloi Badia, por los que se está interesando últimamente la justicia. Lo grave del Tete es que no es más que un funcionario con pretensiones, un converso tardío al lazismo y un político con sordera selectiva ante todo aquel que le lleve la contraria. Ya corría por el Ayuntamiento en la época de Porcioles para asegurarse un sueldo a fin de mes, aunque él vaya diciendo que aspiraba a cambiar el sistema desde dentro: a otro perro con ese hueso, Tete. Como socialista, siempre tuvo que encajar la molesta evidencia de que su hermano Pasqual brillaba más que él. Como traidor al PSC y tránsfuga del lazismo, ha sobreactuado de tal manera que ha acabado comportándose en ocasiones como un auténtico energúmeno. Yo ya sé que, subido a la ola procesista y con Pasqual enfermo, ha visto llegado su gran momento, la hora de dejar de ser el hermanísimo, de ser él mismo (aunque muchos no tengamos muy claro en qué consiste eso). Y que él se vea de alcalde de Barcelona resulta tristemente normal. Lo que encuentro desolador es que una parte considerable de mis conciudadanos quiera verlo al frente del Ayuntamiento de una Barcelona que se está yendo al carajo cada vez más rápido y que con el Tete se llevaría la palma del mal rollo y la irrelevancia.
Elegir entre Colau y el Tete es como dudar entre tirarse por el balcón o meter la cabeza en el horno, pero no parece haber muchas más opciones a la hora de votar. Y, bien mirado, si a mis queridos conciudadanos les parece que Ada y Ernest son las dos únicas personas que pueden dirigir Barcelona, igual el que sobra en esta ciudad soy yo.