En 1996, el dúo Ella Baila Sola cantaba: “Que se te escapa el negro, que se te escapa”. Era una canción de protesta por algunas persecuciones de ciudadanos subsaharianos indocumentados que malvivían como manteros, chatarreros y vendedores ambulantes de tabaco, alcohol y productos falsificados. Por entonces, Ada Colau no tenía oficio ni beneficio y vivía del cuento, de becas, del sistema y del erario público. Años después, se dedicó a convivir con farándulas, okupas, antisistema y onegés opacas como el observatorio Desc. Y el día que tomó posesión de su cargo, los manteros plantaban cara a los uniformados con el grito podemita “sí se puede”. Con su plan de belleza revolucionaria en cuatro días y su mentalidad de monja redentora, predicaba que los manteros no eran un problema, sino un “fenómeno social”. Encargó estudios caros a sus amigas adivinas y turistas de beneficencia que concluyeron: “la solución no es policial”.

En consecuencia, les montó asociaciones, entidades y sindicatos para ganarse sus simpatías y sus votos el día que se censen y puedan votarla. Un año después, Barcelona era un inmenso zoco de manteros de varios continentes atraídos por el efecto llamada y la insensatez de Colau y sus misioneras. Entonces descubrió que los negritos de Barcelona no eran como los del Domund, ni como el de la canción del ColaCao, ni como el negro zumbón que baila alegre el bailón. Y cuando estallaron conatos violentos, culpó a los urbanos y mossos que hacían cumplir las leyes. La oposición le pidió sin éxito que presentase medidas concretas y no palabrería buenista, y sus cómplices de la CUP exigían que la Guardia Urbana cesase de reprimir al colectivo. Entretanto, antes de cada redada policial alguien del Ayuntamiento daba el chivatazo a los manteros. Dedos y miradas apuntaban a la aviesa concejala Gala Pin.

Crecían el descontento y la indignación entre sus detestados comerciantes, promotores turísticos, restauradores, guardias y policías. Pero ella y su hermandad de pijas de la caridad, ni caso. Colau se reunió antes con aquellos desventurados que con los comerciantes, y comenzó un desamor de los de más que ayer y menos que mañana. Para engañar a todes, con una mano fingía ayudar a los desvalidos y con la otra les enviaba a los cuerpos represivos para que les diesen jarabe de palo suave. Como es su costumbre, había creado un gran y grave problema allí donde no lo había antes de su aparición en el guiñol municipal.

Si fuese menos laica anticlerical y más leída, sabría que el diablo siempre pasa factura y que la que la hace, la paga. Por ello, los manteros se le han sublevado, han denunciado su hipocresía, su vedetismo, su demagogia y su aprovecharse de ellos para hacerse publicidad a su costa y con dinero público. Aseguran que la alcaldesa les ha mentido y timado mediante dilaciones, burocracias y locales impresentables a precios nada sociales. Además, manipuló fotos para sobrealimentar su egolatría mientras los vendedores callejeros son perseguidos otra vez. Total, que se le escapan hasta sus supuestos votantes de color. Y continúa sin enterarse de la canción que dice: “mami, el negro está rabioso/ quiere pelear conmigo/ay, díselo a mi papá…” Ay,  Ada, qué será lo que quiere el negro.