Barcelona es un collage de historias. Una suma de fragmentos, aparentemente inconexos, que sus ciudadanos son capaces de integrar en un todo. Historias que reflejan sus calles, los nombres y los elementos que las componen: tiendas, rótulos, monumentos, edificios. En algunas ciudades, esos componentes son aún un distintivo. Barcelona, como tantas otras capitales de Occidente, los ha ido perdiendo. En el paseo de Gràcia se ven las mismas tiendas que en las avenidas de París, Londres, Berlín o Pekín. Queda la memoria. Algunos medios se esmeran en recuperarla: el origen de una fuente, las muescas de una pared, los restos de viejas actividades. Barcelona apenas recuerda su pasado textil, pero aún queda el presente de los libros.
La ciudad se mantiene como capital de la edición hispana y conserva evocaciones de quienes la han escrito y de quienes en ella han escrito. Los editores catalanes tuvieron siempre buen ojo. La Regenta, de Leopoldo Alas, Clarín, se editó por primera vez en 1884 (primer volumen) y 1885 (el segundo) en la barcelonesa editorial Cortezo. No hubiera sido posible sin las relaciones de amistad entre Clarín, el crítico José Yxart y el novelista Narcís Oller. María José Tintoré ha estudiado el impacto de la novela en la prensa de la época. Dos periódicos (Diario de Barcelona y El Correo catalán), entonces adscritos a las derechas más rancias, ignoraron la publicación. Y es que el silencio es, también, una forma de crítica. Un intento de sepultar el presente para que no quede historia y ejemplo.
El consistorio actual es poco partidario del silencio. Algunos concejales, y por supuesto la alcaldesa, hablan de casi todo sin ocultar sus gustos y disgustos sobre cualquier materia. De ahí lo sorprendente del silencio sobre las peticiones que se le han hecho para que una barcelonesa (nacida en Santa Fe de Segarra) como Carmen Balcells tenga una calle en Barcelona o, en su defecto, una placa en el edificio de Diagonal 580, donde sigue viva la agencia literaria que fundó en 1960.
Carme Riera, novelista, profesora y académica, que pronunció el discurso cuando Balcells fue investida doctora Honoris Causa por la UAB, explicaba hace unos días que ella misma se ha interesado ante Ada Colau por el asunto y se mostraba ligeramente optimista. Pero nada se mueve en el Ayuntamiento. Tal vez el nuevo responsable de Cultura, Jordi Martí, quiera acelerar los trámites, salvo que lo urgente no le deje tiempo para lo importante.
Poner placas en los edificios no es una novedad. En la calle de Platón, número 20, hay una que recuerda a Ana María Matute; en Diagonal 527, otra recuerda que allí vivió el filósofo Manuel Sacristán. Se halla en un parterre, frente al inmueble. La propiedad no permitió ponerla en la pared.
Son pequeños indicadores de la historia, de las vidas, que han ido configurando Barcelona, ciudad que en estos días ha bautizado una plaza como Margarita Rivière y que ya dedicó una calle a la taurófila Maria Aurèlia Capmany, muestra de que el silencio sobre Carmen Balcells no se debe a su condición de mujer. ¿O sí?
La Agencia Carmen Balcells ha sido un escaparate de Barcelona en el mundo. En las ferias del libro de Guadalajara ó Francfort su puesto era lugar de visita obligada para editores de todas las lenguas. No en vano en su catálogo hay seis premios Nobel en lengua castellana: Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Camilo José Cela, Vicente Aleixandre, Miguel Ángel Asturias y Pablo Neruda.
Antes de pactar la entrega de sus archivos al Ministerio de Cultura, Carmen Balcells trató de impulsar una fundación que presentara a Barcelona como patria de la latinidad. No lo consiguió. El Consistorio aprobó luego una moción para promover que su archivo estuviera en Barcelona. La cosa sigue parada. La decisión contó con el voto de todos los grupos menos el de la CUP. Quede el dato para la historia, igual que figuran en ella los 18 concejales que en marzo de 1975 votaron contra el uso de la lengua catalana. Siempre ha habido quien mira mal a la cultura. Bien está saber quiénes son.
Balcells era catalana de terra endins y nunca se dejó utilizar por nadie. Aún en vida suya, algún editor propuso boicotear a sus autores, porque ella defendía que el trabajo intelectual también tiene que ser remunerado.
En 2006, cuando las derivas se intuían en el horizonte, recibió un premio por su trayectoria. En la entrega estaba el entonces consejero de Cultura Ferran Mascarell, a quien espetó: "Tenemos que hacer un país grande y recuperar la integridad hispánica. Si no, saldré a la calle gritando Viva España".
Era capaz. Y conviene recordarlo. ¿Qué menos que en una placa?