Después de más de seis años sorprende que nos alarme todo este tsunami de noticias que asolan nuestra Barcelona. Es un sin fin recurrente: desde palizas, asesinatos, ocupaciones, urbanismo delirante, indigencia, jóvenes sin ningún futuro, derrumbe de la construcción y la vivienda social y el hundimiento del mundo empresarial, en especial al que afecta a pymes y autónomos.
Pero nada de esto debería afectarnos ya. A estas alturas, es evidente que quien lidera este barco que ya ha embarrancado quiere un modelo de ciudad basado en este modelo que ellos llaman “de izquierdas, progresista y feminista”. Y yo me pregunto, ¿qué tendrá que ver esta terminología con el bienestar de las personas y el liderazgo de nuestra ciudad?
Resulta evidente que esto no va a mejorar, más al contrario, ejemplarizante resulta la persecución a la movilidad privada que afecta como un torpedo a la iniciativa privada, motor económico indiscutible de nuestra ciudad, y su consecuente derivada en más deuda y más impuestos. Es de cajón.
A todo ello habrá que sumar una oposición complaciente y me atrevería a decir “en modo Valls”, o lo que es lo mismo, prácticamente desaparecida. Llegados aquí, la única verdad es que Barcelona está hecha una mierda. Lo importante ha dejado de serlo, y la forma impera sobre el fondo, así que la verdadera y sincera posibilidad está en la gente harta de todo este sin sentido que nos ha traído los mayores niveles de ruina y miseria.
El legado de este gobierno municipal populista y antisistema se llama desigualdad, y me parte el alma ver tanto drama humano y tanto buenismo que, literalmente, nos ha destrozado. El cambio está en la gente, en sus calles y sus barrios. Al final, Barcelona será lo que la gente decida dentro de 20 meses en las urnas, todo lo demás es ciencia ficción. Es aquí donde se va a decidir el futuro de esta ciudad que lleva más de 4.000 años en pie, por eso hoy sabemos que tenemos enfrente las elecciones más importantes de este siglo. El tiempo corre inexorable.