El curso político también empieza en Barcelona. Después de los escarceos de las fiestas de Gràcia y de Sants, llega la Mercè y con polémica. La alcaldesa reclama la apertura del ocio nocturno para evitar los botellones. El abnegado concejal Albert Batlle ha intentado durante todo el verano que los botellones no se expandieran pero no tenía a su disposición ni los medios técnicos ni humanos, y así hemos visto imágenes para olvidar en Gràcia y Sants. Ahora llega la Mercè, la señora alcaldesa ha vuelto de sus holidays y no está dispuesta a que le saquen los colores. Se olvida que aunque abra el ocio nocturno los botellones seguirán campando a sus anchas y no tenemos suficiente policía, ni tampoco voluntad de ponerles coto. Está claro que con buenas palabras no se pone en el redil a miles de jóvenes que están hartos de pandemia y, lo peor, consideran que son inmunes al virus.
Pero, al margen del guirigay que se montará en la última fiesta ciudadana, Colau está dispuesta a amargarnos la movilidad hasta el 2023. Por fin, el túnel de Glòries verá la luz para salir de la ciudad, y los ciudadanos que quieran volver a sus casas no tendrán que soportar el tapón de la plaza y podrán salir por el túnel. Para entrar la cosa se complica. No se podrá entrar en Barcelona hasta diciembre, y para entonces no descarten que el túnel sea un atolladero lleno de bolardos de cemento. Como están bajo tierra quizás algún lumbreras los pinte de amarillo fosforito para que se vean bien.
Circular por Barcelona será todo un alarde. La Meridiana será un caos con las obras para ampliar aceras, convertirlas en un espacio duro que será toda una “delicia” para pasear a pleno sol en verano. Entre Mallorca y Navas la ciudad estará patas arriba, y como por Meridiana no pasa nadie el caos de entrada desde el Vallès estará garantizado. Si además el personal indepe sigue cortando en Fabra i Puig, nos esperan tardes de gloria. Y luego el Eixample será todo un campo de minas. Las nuevas superillas acabarán de poner palos en las ruedas -literal- a los coches que traten de aventurarse por la ciudad, sin olvidar los nuevos proyectos de protección a los colegios que van a ampliar el caos circulatorio. No en todos los sitios. En algunos colegios, ver los coches aparcados en segunda y tercera fila es lo habitual, y no parece que el consistorio se ponga las pilas. Dicen que están previstas “21 calles pacificadas”, toda una forma de hablar porque pacificar significa que los coches aparquen en las zonas previstas para los peatones o que la carga y descarga se haga a libre albedrío en cualquier rincón. Pregunto, y preguntar, de momento, no es ofender.
Por si fuera poco, la Barcelobra tomará forma también en la Diagonal con el inicio de las obras del tranvía. La vía que atraviesa toda la ciudad reducirá, todavía más, el tráfico sin que haya ninguna alternativa para los conductores. En conclusión, guerra al coche. Pero dudo que guerra a la polución porque, a más embotellamiento, a más atascos, más contaminación. Algo que el muy verde consistorio no tiene en cuenta.
Dicen los que entienden de la cosa, que Barcelobra tendrá 300 obras operativas en los próximos meses. Como han apuntado algunas crónicas, el cemento vende. El problema es que el cemento también puede ser una losa para sus impulsores si los ciudadanos empiezan a hartarse de vivir en una ciudad en la que sus dirigentes la quieren ver empequeñecida y provinciana, y no grande y cosmopolita. Pero tenemos lo que tenemos. Colau de alcaldesa con el apoyo del PSC y los arrumacos con ERC. Manuel Valls ya es historia. En breve se encontrarán con él los de Ciudadanos, que apuntan maneras para pasar a la historia de Barcelobra. De momento, empiecen el curso político en la capital catalana. ¡Bienvenidos a Barcelobra!