“La última palabra sobre el aeropuerto la tendré yo”, había espetado Ada Colau al PSC. Y amenazó con imponer su mayoría en el Ayuntamiento para decir no al proyecto de Aena. Es lo que pasa en las instituciones democráticas cuando no se debate y el absolutismo populista y autoritario impone su criterio. A la desesperada. En busca ya de alguna puerta giratoria en Madrid, en Barcelona o en el gremio de fabricantes de bolas y bloques de hormigón. Acoquinada ante la posibilidad de quedarse sin sillón, sin vara de mando, sin chollos y sin nuevo coche de alta gama. Se pone en jarras como cualquier patética chulapa matritense e intenta demostrar quién lleva los pantalones en esta ciudad feminista llena de ratas, cucarachas, chinches, excrementos de animales y de humanos, basuras, chabolas, hedores, serpientes políticas venenosas y otras miserias. En resumen, muchos ascos y glamour cero, cero.
Es lo que suele ocurrir cuando las falsas progresistas envejecen mal y devienen grotescas y hasta repulsivas mientras manipulan un futuro con que sueñan, pero que no existe y lo saben. Aferradas a las ideas más sobadas y retrógradas que logran hallar, intentan revenderlas para vivir de ellas como reinas. Amparándose en un fraudulento izquierdismo que esconde su falta de talento. Conscientes de que hablar en nombre de los pobres y del pueblo es un buen timo para enriquecerse. Con 10 palabras les sobra para tergiversar la historia. Marxistas que no leen a Marx porque no lo entenderían. Admiradoras de revoluciones que sólo han aportado dictadores. Solidarias a costa de los demás. Y encandiladas con aquel greñudo vicepresidente surgido del grito de guerra: “revolución y coño”.
Falsas demócratas que exigen respeto para lo que hacen con su vida y para lo que proyectan imponer en la vida de los demás. Su intransigencia política es consecuencia de sus frustraciones y limitaciones intelectuales y personales. Si algún día hablan de diálogo, será cuando la ciudad ya no tendrá remedio. Entretanto, cuanto más graves son los problemas, más grande es el pelotón de incompetentes que contratan para no resolverlos. No ganaron las elecciones, pero el Ayuntamiento está cada vez más lleno de bobas con ínfulas de victoriosas. Si prometen algo con entusiasmo, ignoran que el entusiasmo crea imbéciles, lo degrada todo y es una grosería, según alertaba el poeta Pessoa, portugués bien educado y anticomunista.
“Que la última palabra la tengo yo”. “Que buena soy yo cuando me pongo de mal humor”. “Quemar bancos hubiera sido perfectamente razonable”. En sede parlamentaria a un banquero: “No le he tirado el zapato porque he creído que es más importante contarles a ustedes cuál es nuestra posición”. En sede municipal al concejal del PP: “le he de confesar que la combinación de la hora, el cansancio, el hambre y sus provocaciones me ponen de un mal humor peligroso”. “Estoy enfadada con Aena”… Un florilegio de frases más propias del castizo chotis de Manolo Escobar que decía: “Cuando pasas por ahí./ Yo te digo mi chula,/ rechula y requetechula,/chulapona de…” Barcelona.