Sin duda la noticia más sonada de la semana es que Barcelona se queda sin ampliación del Aeropuerto del Prat. Un inesperado giro de guión con ERC como protagonista que ha propiciado que nuestra ciudad pierda por el momento toda opción de llegar a ser en un futuro un gran hub intercontinental de movilidad.
Los costes derivados de esta decisión son muchos. Van mucho más allá de que no nos haga ninguna gracia tener que volar a Madrid para llegar a según qué destinos. La pérdida de 1.700 millones de inversión privada, y es importante recordar que la inversión no viene directamente del estado para no creerse según que afirmaciones de algunos líderes separatistas, es un desastre no solo por la mejora en la conectividad de nuestra ciudad sino por la afectación que tiene y tendrá en nuestra economía.
La peor crisis económica de nuestra historia ha golpeado duramente nuestra ciudad y, pese a estar a día de hoy registrando los mejores datos de caída del paro de todo el país, Barcelona no puede permitirse perder una sola oportunidad. Según los datos arrojados por el ministerio el pasado miércoles, renunciar a la ampliación del Aeropuerto tiene consecuencias directas a nivel de empleo. Perdemos la oportunidad de crear 45.000 puestos de trabajo directos y casi 200.000 indirectos. Hay quienes han realizado estimaciones todavía más elevadas, pero en cualquier caso, con independencia de la cifra, hablamos de miles y miles de familias que podrían mejorar la situación que están viviendo a día de hoy. Hablamos de miles de personas que podrían salir del paro, y ante esto, ¿cuál es la respuesta de nuestros gobernantes? Que la culpa es de otros. Vamos, lo de siempre.
Decía Marius Carol en La Vanguardia el pasado viernes que “los catalanes no hemos hecho nada para merecer eso –o quizás sí–, pero aburre profundamente escuchar sus discursos (los del Gobierno de la Generalitat), que delatan desacierto, torpeza e inoportunidad”. Pues sí, en efecto. Lo que él apunta suspicazmente yo lo afirmo con contundencia. Algo hemos hecho para merecer esto. Durante demasiado tiempo hemos tolerado (y algunos incluso han votado) a líderes políticos que no han hecho más que equilibrios para contentar a sus supuestos votantes por más que dichos equilibrios acabaran pasando una factura inasumible a la sociedad catalana.
El día 2 de agosto parecía que había motivos para la esperanza. Más allá del debate suscitado a nivel municipal y estatal, Pere Aragonés hizo suyo un acuerdo que decía “ampliación sí, pero con exigencias medioambientales”. Algo así como lo que repitió en múltiples ocasiones Jaume Collboni. Aquello de “debemos dar un sí exigente a la ampliación del Aeropuerto”. Y es que no hay ninguna otra postura posible. No imagino a nadie que quiera una ampliación del Aeropuerto perpetrando un destrozo medioambiental. Nadie en pleno siglo XXI sostiene una posición insensible con el medioambiente.
De hecho, no hay motivos para preocuparse en exceso sobre este tema. No solo por las compensaciones que ofrecía el proyecto de AENA, sino porque la legislación española y europea es tremendamente garantista con el medioambiente. Evidentemente toda creación de infraestructuras tiene un impacto evidente en el territorio, pero esto no implica en ningún caso que no sea un impacto controlado y acorde a la legislación que como ya he dicho, tienen muy en cuenta el impacto medioambiental. Vamos, que parecía que el discurso del sentido común tenía visos de salir adelante. Es posible conjugar crecimiento y medioambiente, y parecía que todo llegaría a buen puerto.
Días más tarde, sin embargo, desde ERC anunciaban que iban a participar en la manifestación contra la ampliación. Todo un despropósito que acabó derivando en la paralización del proyecto de ampliación. Y todo desde un discurso plagado de falsas dicotomías y sobretodo falto de visión estratégica a medio plazo.
Una vez anunciada la paralización de la ampliación llegaron las justificaciones de quienes habían embarrado el desarrollo del proyecto. Aragonés hizo lo de siempre, apuntar al enemigo habitual para tratar de salvar los muebles con argumentos ridículos.
Lo de utilizar el argumento del supuesto chantaje del Estado es un insulto a la inteligencia, y lo de ligar el supuesto chantaje a la falta de tiempo y a las prisas por cerrar los proyectos una estupidez. Como si Aragonés no supiera desde hace meses cuáles son los plazos y como si hubieran hecho algo más que gesticular a lo largo de todos estos meses.
El Consejo de Ministros del día 28 no puede aprobar una inversión sin acuerdo, y en todo este tiempo no se ha presentado una sola contra propuesta ni una sola enmienda seria al proyecto de Aena.
La incompetencia de nuestros gobernantes la pagarán los de siempre. Los que menos tienen, los que más necesitan la creación de nuevos puestos de trabajo. Los que necesitan que los políticos dejen el cálculo electoral y se dediquen a llegar a acuerdos que les hagan la vida algo más sencilla. Si nos siguen gobernando, es que en efecto, algo hemos hecho mal.