Una extraña pulsión masoquista me lleva a tragarme los telediarios de TV3, de la misma manera que no puedo evitar meter la nariz en los diarios digitales del régimen. Debe ser que me atraen las versiones alternativas de la realidad. O que en esos templos de la información manipulada encuentro material para mis artículos en Crónica Global que no podría hallar en ninguna otra parte. A veces, incluso, se descubren cosas. Hace unos días, sin ir más lejos, me enteré, gracias al Telenotícies Migdia, de que existen unas visitas guiadas a la cárcel Modelo (1887-2017) que funcionan como un tiro y que atraen a un número considerable de barceloneses a visitar las instalaciones en las que antaño se pudrían cientos de sus conciudadanos de sexo masculino. Aunque mi capacidad de pasmo ya no es la que era antes del prusés, reconozco que me llamó la atención que tanta gente encontrara interesante y ameno un paseo por un penal caído en desuso: supongo que todo evoluciona, incluyendo el uso del ocio y los tipos de turismo, pero a mí no se me ocurriría jamás visitar un presidio.
Sostenía Josep Pla que la principal preocupación de su vida había sido siempre esquivar la cárcel a cualquier precio, y no cuesta mucho coincidir con él. Pero en su época no se había puesto de moda el turismo alternativo de corte siniestro y no existían, por ejemplo, las visitas guiadas por el barrio londinense de Whitechapel para recorrer los escenarios en que se había hecho célebre Jack el Destripador, los recorridos por los campos de concentración nazis o eso que ahora se conoce como danger tourism (turismo del peligro) y que consiste en plantarse en sitios de esos de los que la más elemental prudencia aconseja mantenerse alejado (hace unas semanas supimos de un majadero inglés, devoto de esa clase viajes, que se había plantado en Kabul dos días antes de la entrada de los talibanes y que salió pitando de allí en un avión de la fuerza aérea británica, soplándole el sitio a alguien que, sin duda alguna, lo necesitaba mucho más que él). Yo diría que las visitas a la Modelo pueden insertarse en ese turismo alternativo, siempre morboso (aunque a veces se disfrace de memoria histórica y estudio de las atrocidades del pasado) y, desde mi punto de vista, de un entretenimiento frívolo a costa de asuntos muy serios.
Si uno entra en la web de los organizadores de las visitas (una empresa privada aprobada por el Ayuntamiento y la Generalitat), descubre que la experiencia es gratuita y dura cosa de hora y media. Se aceptan niños y adultos, prestando especial atención a los escolares. Lo de los niños lo puedo entender como velada amenaza sobre dónde podrían acabar si no estudian para convertirse en personas de provecho, pero lo de los adultos me supera: no entiendo qué placer (ni qué enseñanzas) puede extraerse de deambular por una cárcel, sitio por definición siniestro del que hay que mantenerse alejado, aunque ya no esté en funcionamiento. La actitud de las administraciones, lamentablemente, la entiendo perfectamente gracias al reportaje que vi en TV3: se trata de practicar el victimismo, principal seña de identidad de los catalanes, y centrar las visitas en los prisioneros del franquismo, la celda de Puig Antich, las torturas a los opositores al régimen (el de entonces, los del de ahora solo se enfrentan al basureo permanente). Digo yo que, además de antifranquistas (a ser posible, también separatistas), la Modelo debió albergar a todo tipo de delincuentes comunes, criminales de aúpa, quinquis varios y hasta pobres infelices acusados injustamente que se pudrieron allí dentro sin que nadie tenga el detalle de acordarse de ellos. Pero tengo la impresión de que de lo que se trata es de presentar la Modelo como el lugar en el que España encerraba a los héroes de Cataluña. ¿No llevan años los lazis intentando convencernos, sin mucho éxito hasta el momento, de que la guerra civil fue una contienda entre Cataluña y España?
Llámenme paranoico, pero detecto cierta mala intención de la pinza lazis-comunes en esta iniciativa supuestamente dedicada a la conservación de la memoria histórica, ese concepto salvífico que a menudo degenera en memoria histérica. En cuanto a los visitantes –a no ser que disfruten de ese victimismo tan nuestro- no entiendo qué placer extraen de deambular por unas instalaciones en las que solo se acumuló dolor durante más de un siglo. De hecho, no entiendo por qué mantenemos de pie el edificio diseñado por los arquitectos Salvador Vinyals y Josep Domènech, que en paz descansen. La Modelo no es precisamente una joya arquitectónica, y acumula tanto mal rollo que lo mejor sería demolerla y sustituirla por un edificio de apartamentos o un bonito jardín. Que es también, en mi opinión, a lo que deberían aspirar los partidarios de echar a la Policía Nacional de su sede en la Via Laietana en vez de exigir su transformación en un museo sobre la represión franquista (vuelta de nuevo con la memoria histérica). El problema, en ambos casos, de la demolición es que impide disfrutar del masoquismo patriótico, que es una de las parafilias político-sentimentales más extendidas entre nuestros aspirantes al honroso cargo de víctima permanente. Mi tendencia masoquista a tragarme los manipulados informativos de TV3 es censurable, pero lo de llevarse a la familia a deambular por la Modelo y sentarse unos momentos en la litera de Puig Antich se me antoja una variante más de ese turismo morboso que cada día se extiende a más lugares y que, francamente, no dice nada bueno sobre quienes lo practican.