En Barcelona, el incivismo está de moda. No es el lema de una campaña impulsada por Colau y sus socios independentistas, aunque poco nos extrañaría, sino la realidad que se vive en la ciudad. No hace tanto que las calles de Barcelona eran mercadillos de productos de dudosa procedencia, sin que ello fuera problema alguno. Es más, la alcaldesa les apoyaba y daba cobijo. Por supuesto, la ley no se aplicaba. Algo parecido se ha vuelto a vivir en el barrio de Sant Antoni, pero en esta ocasión los productos también eran sacados de la basura para ser puestos a la venta. Otro mercado que también está de moda desde años en la ciudad, pero que con la relajación del toque de queda creció y con el fin de la medida horaria todavía se hizo mayor, es el de la venta de alcohol y drogas en plena calle. La normativa es bien clara, pero de nuevo, el gobierno de los comunes y el PSC opta por su no aplicación.
¿Y qué podemos decir de los botellones? Es en ellos en los que la venta de alcohol y drogas se ha disparado, por no hablar de la basura que generan y dejan tirada en la calle, o del ruido que a tantos vecinos niega el descanso. Miles y miles de personas han sido desalojadas, en los últimos meses, de playas, plazas o fiestas municipales. Unas concentraciones, sea dicho de paso, que siempre se daban en las mismas localizaciones; por lo que cabría preguntarse qué estaban haciendo desde el gobierno municipal si la información de la ubicación la tenían. La respuesta la misma de siempre: no aplicar la ley ni poner orden.
Ahora bien, el incivismo más grande y repetido en los últimos años del procés, con el visto bueno del gobierno de Colau, el silencio cómplice del PSC y el aplauso de los independentistas, es la violencia ejercida en las calles por grupos radicales. Primero fueron los contenedores, le siguieron el asalto a comercios y tiendas y finalizó con el ataque a la Policía Nacional en vía Laietana. Tales altercados no se han producido en una única ocasión, sino de forma reiterada en el tiempo. Al silencio y aplausos anteriores, debemos añadir el silencio vergonzoso del ministro del Interior.
Con la permisividad, la tolerancia, el aplauso y el silencio ante tales situaciones lo único que estamos consiguiendo es erosionar el principio de autoridad. Animar a la ciudadanía a situarse por encima de la norma, no trae nada bueno. La única solución que existe es la de aplicar la ley y restablecer el orden. Ley y orden. Si queremos seguir siendo una ciudad referente, una ciudad atractiva para empresas y estudiantes, una ciudad abierta a la cultura y el ocio, debemos hacer cumplir la ley y respetarla. En caso contrario, algunos deberán dejarse de quejar que las empresas prefieran invertir en Madrid y no en Barcelona.