Tal vez la Universidad de Barcelona y la Autónoma tengan un profesorado genial impartiendo conocimientos. En materia de educación cívica, en cambio, dejan mucho que desear. Se ha visto esta semana, cuando un grupo de energúmenos, miembros de un autodenominado Sindicat d’Estudiants dels Països Catalans, ha arremetido en el campus de Bellaterra contra otros estudiantes por el mero hecho de expresar ideas que no eran independentistas y ha destrozado la carpa que habían instalado. Una violencia que parece responder a que los agresores son incapaces de oponer argumentos. Ellos se sienten catalanes, de modo que quien no tenga esos sentimientos carece de cualquier otro tipo de derechos. El sentimiento, ya se sabe, es más importante que la razón. Un independentista gallego le dijo una vez a Gustavo Bueno que él se sentía gallego, como argumento último para justificar sus pretensiones. El pensador le replicó: “Yo me siento registrador de la propiedad, pero eso no me da derecho alguno”. Los independentistas sostienen que sí, que sus sentimientos les dan derecho a todo, incluso a insultar y agredir.

Porque esta vez fue ya una agresión lo que perpetraron los estudiantes independentistas. Y llegó después de los insultos no ya genéricos (fascistas, autoritarios, españolistas) sino personalizados, como los proferidos en el último claustro de la UB por un profesor de Historia del Arte (¿será casualidad que apenas haya publicado unos articulillos y un librito que le ha editado la misma universidad donde da clases?) a un catedrático de Derecho llamándole “colono” y “fascista”.

Y con todo, lo más grave no es que haya un profesor fanático y que unos estudiantes estén poco formados y tengan las hormonas alteradas, lo más grave es, en ambos casos, la reacción de los rectores de esas universidades. 

El rector de la UB (la universidad que acoge a Elisenda Paluzie) no consideró necesario amparar al insultado. Para él, ni colono ni fascista son insultos. El rectorado de la UAB emitió un comunicado en el que condenaba el uso de la violencia sin distinguir entre agresores ni agredidos.

Hay un proverbio, atribuido a Miguel de Unamuno: “Lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo otorga”. Él lo formuló en latín, pero dado que es una lengua que muchos universitarios ya ignoran, vale la pena repetirlo en castellano. Lo que quería decir el escritor vasco es que la universidad no convierte en inteligente a quien por naturaleza es un zoquete.

Acaba de aparecer en castellano la obra El expreso de Sócrates, de Eric Wiener, que ilustra con un ejemplo la diferencia entre conocimientos que se pueden adquirir en las aulas y sabiduría al aplicarlos. Saber que un tomate es una fruta es conocimiento, dice Wiener; no utilizar el tomate en una macedonia es sabiduría. Es posible que este tipo de reflexión no haya llegado a algunos departamentos de las universidades catalanas que quizás son capaces de impartir conocimientos en absoluto acompañados de sabiduría. 

La tendencia a considerar amigo al amigo, haga lo que haga, y enemigo a todos los demás es muy antigua y está muy extendida. No vale la pena recordar que Heidegger fue rector en la Alemania de los años treinta, lo que no reduce la importancia de Ser y tiempo. Es mejor recurrir a un ejemplo más cercano: Mario Vargas Llosa. Como escritor es extraordinario. Como ciudadano, sobre todo en los últimos tiempos, adolece de algunos defectos notables, como se ha podido oír en su intervención junto a Pablo Casado distinguiendo entre votar libremente y votar bien. Una opinión que, no habría ni que decirlo, afecta a su dimensión política, pero no reduce en nada el valor de sus novelas. Ni tampoco de sus estudios literarios. 

Son, claro, ejemplos incomparables. Los rectores de la UB y la UAB que no se inmutan ante los insultos y las agresiones no pasarán a la historia del pensamiento como sí lo ha hecho el que fuera rector de Friburgo ni tienen una obra mínimamente comparable a la del premio Nobel peruano. Quedarán a lo sumo como una nota a pie de página. En una Barcelona donde el sectarismo independentista es casi norma y la suciedad se agolpa en las calles, ellos no pasan de ser un borroncillo. Pero conviene no ignorar las ignominias. Ya se ha visto que se empieza con los insultos y luego se utilizan las manos o los palos. Sobre todo si las autoridades se empeñan en mirar para otro lado y los guardias no intervienen, a saber si con órdenes expresas al respecto.