Faltan dos años para las elecciones municipales y ya hay varios candidatos que han presentado sus credenciales para ocupar la alcaldía de Barcelona. El primero fue Ernest Maragall, que pretende repetir por ERC. Casi de inmediato, Elsa Artadi se puso en la línea de salida como candidata a encabezar la lista del 3%, que de momento se llama Junts per Catalunya. Jaume Collboni aspira también al sillón. Ada Colau no se sabe. Inicialmente no debería repetir, según había anunciado ella misma, pero eso lo dijo en los tiempos del cuplé y cuando conviene siempre hay un argumento que justifique no mantener la palabra dada. Las únicas incógnitas se dan en Ciudadanos, en fase de liquidación, y en el PP. Josep Bou gusta poco a la dirección del partido, pero tampoco tienen un candidato con un mínimo de arrastre. Vox es otra historia. Presentará a alguien, pero en ese partido da lo mismo el nombre del candidato y, por lo tanto, da lo mismo también que pueda presentar credenciales o no.
Los proyectos de los nacionalistas más extremos (Vox y Junts) son muy simples: azuzar el guerracivilismo. Ambos parten de la base de que Nikolay Chernyshevsky tenía razón y que cuanto peor estén las cosas, tanto mejor para sus intereses. Son formaciones que buscan desestabilizar la convivencia porque en el río revuelto es donde creen poder encontrar más peces. La claridad, en cambio, juega en su contra. Artadi es la voz de su amo, Carles Puigdemont, y la única duda que plantea su candidatura es si será capaz de hacer como Laura Borràs y cederle el primer puesto en la lista. La cuestión es que haya lío, mucho lío.
Ada Colau puede repetir, claro, aunque el código ético de los comunes no lo contemple. De momento no tiene nada más en el horizonte, salvo que se lo ofrezca Yolanda Díaz. Si no se presenta, no cabe que vuelva a encabezar el movimiento antidesahucios. Tampoco es probable que alguna eléctrica le ofrezca un puesto. Ya deben de haber cubierto el cupo demostrando su capacidad al haber comprado a Antonio Miguel Carmona, excandidato del PSOE en Madrid. Lo hicieron la misma semana en que un concejal socialista de Cànoves asaltaba a un taxista para robarle unos dinerillos. ¡Pobre! Lo de Carmona es mucho más rentable y no lo persigue la Guardia Civil.
Collboni cuenta a su favor que, de momento, no tiene competencia dentro del partido. La que hubiera podido encabezar la lista, Eva Granados, ha sido desterrada al Senado. También puede acreditar capacidad de aguante tras haber soportado relativamente bien el pacto con los comunes. Los jefes de personal saben lo que es la resistencia ante las adversidades. Si muchas veces eligen para un puesto a alguien con una carrera universitaria frente a quien no la tiene no es porque crean que la Universidad da mejor preparación, sino porque esa persona ha demostrado poder aguantar carros y carretas a lo largo de varios años. En el fondo, acabar una carrera es una muestra de resistencia. Si se ha aguantado a media docena de malos y prepotentes profesores, más fácil será aguantar a un jefe mediocre.
Ernest Maragall tampoco tiene oposición. Una muestra de la falta de cantera de su partido. Pero cuando se celebren las elecciones habrá cumplido 80 años. A esa edad, la gente que ha trabajado a lo largo de su vida acostumbra a estar jubilada. Puede presumir de una buena actuación en el área de Hacienda de Barcelona como concejal del PSC. Bien que, en aquel momento, estaba marcado muy de cerca por una potente cabeza, Xavier Casas, que era el segundo de Joan Clos. En su contra, además de la edad, tiene el haber sido el consejero de Educación que forzó la aprobación de la ley que permitió subvencionar a los colegios de ricos y, muy especialmente, a los del Opus Dei que separan a niños y niñas en las aulas. La pactó con Artur Mas y tuvo en contra los votos de Iniciativa, que formaba parte del gobierno. Y lo hizo así aduciendo que una ley como esa no podía ser de parte de la sociedad sino “de país”. Un país en el que los ricos tienen un papel preponderante. La iglesia, especialmente si es muy carca, también.
Llama la atención que la voluntad inclusiva de entonces la perdiera Maragall al pasarse a las filas de ERC, un partido que con frecuencia se emperra en distinguir entre catalanes de verdad (los independentistas) y los advenedizos (todos los demás), gente que, ya lo dijo Heribert Barrera, sobra en Cataluña. Lo que más lamentan es que esos advenedizos voten. Incluso en las municipales. Y no parecen gustarles ni Ernest Maragall ni Elsa Artadi.