Las cifras a veces desmienten la percepción, pero es importante señalar que la percepción es un valor en la política. Lo digo a cuenta de las cifras económicas que ahora se esgrimen por parte del equipo de gobierno del Ayuntamiento de Barcelona para afirmar que la ciudad no está en decadencia, que Barcelona luce músculo porque sigue atrayendo inversiones, algunas jugosas inversiones. Ante estos datos, la pregunta es más que evidente ¿es cierto que Barcelona es una ciudad decadente?
Los números parecen desmentir la información. Los datos no son los mejores, pero sin duda no son malos, lo que le sirve al equipo de gobierno para lavarse la cara y, es más, sacar pecho. Sin embargo, la percepción sigue ahí: Barcelona está en decadencia. Una constatación: circular por la ciudad sigue siendo un calvario. Este viernes a la salida del trabajo miles de barceloneses empezaron a moverse. Al menos lo intentaron. No había forma de andar por una ciudad que se ha convertido en una ratonera. La Gran Via era un total colapso. La Diagonal, una broma de vía de salida de la ciudad. Las rondas un infierno, y moverse por el centro un total galimatías con calles reducidas a un carril y la zona peatonal convertida en aparcamiento de todo tipo de vehículos. Dicen luego que se quiere reducir la presencia del coche para contaminar menos. El problema es que el coche no se reduce, porque el transporte público sigue siendo deficiente y ese “maldito” coche contamina más porque está más tiempo paralizado en monumentales atascos. Sí, lo reconozco, soy una víctima.
Entre parón y parón empecé a llamar a empresarios para constatar si su percepción era la misma que arrojaban los números que ahora se apropiaba el consistorio, más bien dicho, el equipo de Colau. “Si no existiera Collboni, nos lo tendríamos que inventar”, “Jaume está haciendo cosas y es el único interlocutor con el mundo empresarial”, “los datos son ciertos, a pesar del ayuntamiento”, “las cifras son reales, pero te digo alto y claro que no son por la gestión de Colau”, apuntaban varios de los consultados. Parafraseando al profesor Carlos Rodríguez Braun que cada mañana saluda a la audiencia de Onda Cero con su “buenos días, a pesar del Gobierno”, “Barcelona va bien, a pesar del Gobierno”.
Se equivocaría mucho el consistorio en negar la evidencia de la decadencia de la capital catalana. El tráfico, la suciedad, la gestión manifiestamente mejorable, y el vivir dando la espalda al empresariado no son buenos augurios, y la negatividad se instala en la ciudadanía. Que los datos nos permitan un respiro tiene un culpable: el líder socialista, Jaume Collboni, que parece ser el único que no cierra la puerta del consistorio. Cuando en la pasada legislatura Colau lo echó del gobierno municipal un empresario decía preocupado: “¿Y ahora quién será nuestro interlocutor?" Pues bien, en esta segunda legislatura de Colau parece que se confirma la noticia. Es Collboni el interlocutor, pero Collboni no es el alcalde y eso se nota. Que haga su trabajo y por lo que dicen sus interlocutores lo haga bien no es óbice para decir de forma contundente que Barcelona está perdiendo el tren de la modernidad por mucho que nos hagan referentes de la lucha contra el cambio climático. Y si me apuran, no solo estamos perdiendo el tren sino que hemos perdido el avión y al paso que vamos muchos ciudadanos se dejarán horas de vida en su vehículo porque alguien desde el consistorio ha empezado la casa por el tejado intentando machacar al coche pero sin presentar ninguna alternativa. La verdad de la decadencia de Barcelona, titulo este artículo. Lo cierto es que la verdad es que Barcelona está en decadencia y salva algunos frentes, pero no por la acción de la alcaldía. Eso brilla por su ausencia.