Durante la primera mitad de los años 80 (cuando la Movida, para entendernos), si ibas a Madrid no tenías ni que tomarte la molestia de llamar a los amigos para que te sacaran a pasear: bastaba con acercarse a una hora razonable por el Rockola (calle del Padre Xifré, número 5, justo enfrente del célebre edificio brutalista Torres Blancas, ideado por el brillante arquitecto Sáenz de Oiza) para encontrártelos a todos en diferentes grados de alegre ebriedad. ¡Hombre, Ordovás! ¿Qué tal andas? ¡Hey Manrique, tiempo sin verte! ¿Qué tal, Auserón, qué andas tramando con Radio Futura? Y así sucesivamente. Durante cinco o seis años, Rockola fue EL lugar al que acudir para propios y extraños involucrados en la explosión pop que sacudió la capital del reino en tiempos que ya nos resultan remotos, pero que siempre apetece recordar. O descubrir, si aún no se había nacido o se era demasiado pequeño para frecuentar aquel bendito antro.

De ello se encarga la exposición que puede verse en L'illa Diagonal hasta el día 22 de este mes y que ha organizado el principal responsable del local en sus años dorados, Lorenzo Rodríguez, un señor de Úbeda que lleva desde 2008 viviendo en Barcelona, donde regenta una serie de restaurantes mexicanos (uno de ellos, precisamente, en L'illa) que responden al bonito nombre de ¡Ándele! (no estoy seguro de que tan animosa palabra esté entre signos de admiración, pero a mí me gusta así). La muestra, que, curiosamente, aún no ha llegado a Madrid, abrió fuego en la ciudad natal del señor Rodríguez, que lo es también de Joaquín Sabina, sin ir más lejos, o del escritor Antonio Muñoz Molina. Ahora la tenemos a un tiro de piedra y recomiendo encarecidamente su visita a quienes se lo pasaron chachi en el Rockola (yo mismo), a quienes nunca pusieron los pies en él, pero les hubiese gustado hacerlo y a todo aquel (o aquella) interesado/a en la música pop en general y los años de esplendor rockero madrileño en particular.

Si nosotros tuvimos Zeleste, en Madrid tuvieron Rockola. Por allí pasó lo más granado del pop madrileño, barcelonés, español en general y europeo y hasta mundial, como demuestra el montón de carteles que pueden verse en la muestra de L'illa. Para recordar la época y el lugar (o hacerse una idea de ambas cosas), unas trescientas fotografías del gran Miguel Trillo completan la cartelería y dan una impresión muy verosímil de lo que era ser joven y moderno en la España de la época (que, por cierto, acababa de sobrevivir al golpe de estado del inefable teniente coronel Tejero). Aunque el fotógrafo oficial de la Movida ha sido Alberto García Alix, Trillo fue su cronista más entregado y metódico: yo diría que no hay tribu urbana ni grupúsculo juvenil que no haya sido inmortalizado por este hombre que también pasó una larga temporada en Barcelona, aunque ya haga algunos años que decidió cambiar de aires.

Recuerdo de una época (teóricamente) canalla y propensa al malditismo, pero en el fondo de una inocencia enternecedora, la exposición del Rockola nos devuelve a unos tiempos en los que los jóvenes hicieron lo posible por tomar el poder y, en cierta medida, lo consiguieron. Los que no la vivieron podrán descubrirla acercándose a L'illa Diagonal, y a los que la vivimos, peinando canas o directamente calvos, nos recordará a la célebre magdalena de Proust: ni Madrid ni (sobre todo) Barcelona se convirtieron en la ciudad que soñábamos, pero se hizo lo que se pudo.