Ernest Maragall ha vivido su semana más horribilis. En 2019 se vio privado de ocupar el Sillón del Rey que consideraba de su propiedad, como si ser hermano de Pasqual Maragall le otorgara una especie de herencia. Se lo impidió Manuel Valls a instancias de Miquel Iceta que se movió rápido entre bambalinas y salvó de la quema a Colau, porque más valía para el PSC una alcaldesa de los comunes que un independentista advenedizo que odia por encima de todo al que fuera su partido y al que le debe absolutamente todo.
Superada la decepción, Ernest Maragall i Mira se convirtió en una especie de virrey. Nadie en ERC osaba en público ponerlo en cuestión, cosa que en privado se ejercía como un deporte entre los republicanos. Sin embargo, nadie le tosía y las encuestas le acompañaban. El otro Maragall se veía ya ocupando el Sillón del Rey. A los comunes no les van bien las cosas y el jugaba a ser imprescindible. Aprobó los presupuestos de 2020 dando un balón de oxígeno a Colau y, por ende, a su archienemigo Jaume Collboni.
En este año, Maragall sin apenas hacer nada se vino arriba. Forzó a su partido a designarle como candidato porque además segó la hierba a todo aquel que se movía en su entorno. Sólo Esther Capella, hoy delegada del Govern en Madrid y otrora consejera de la Generalitat, le podía hacer alguna sombra porque Capella acostumbrada a los sinuosos caminos de su partido no optó para sustituir a Maragall, solo a acompañarle. Pero en una semana, el gigante ha mostrado sus pies de barro.
Sacó pecho y dejó a comunes y PSC sin su apoyo para tramitar los presupuestos. Dijo Maragall, henchido de amor por su persona, que en el ayuntamiento “no había nadie al volante”. Su machada le duró una semana. Aragonès le ordenó cambiar de criterio. Necesitaba el apoyo de los comunes a los presupuestos de la Generalitat y vejó en público al “todopoderoso” Maragall que tuvo, de la noche a la mañana, que cambiar de criterio. No le gustó, sin duda, y lo ha demostrado. Primero en la rueda de prensa donde se notaba su irritación porque no era la ama de llaves de ERC, como él se presentaba, sino simplemente una dama de compañía. Aragonès le había señalado el camino y le demostraba quien mandaba en el partido. Segundo, a través de una carta que más parece una pataleta de niño mimado. “No voy a negociar los presupuestos”, pero se abstendrá para que sean aprobados. O sea, el líder de la oposición, el candidato alternativo, no pinta nada, ni quiere pintar. Sorprende que no imponga su criterio para dar un volantazo en el consistorio, siguiendo su línea argumental.
“Maragall no es un candidato creíble para 2023”, se apresuró a decir Elsa Artadi, y no le falta razón. No es creíble porque en su partido lo han convertido en una entelequia, un convidado de piedra que rezuma bilis contra los socialistas, contra los comunes, contra los de Junts, y contra todo aquel que no le reconozca su elevada valía, según su punto de vista. Ahora la bilis ernestomaragalliana se dirige al otro lado de la Plaza de Sant Jaume porque le han obligado a hincar la rodilla en tierra. Toda su estrategia para heredar el Sillón del Rey se ha caído como un castillo de naipes. ERC haría bien en barajar las cartas porque solo con el nombre de Maragall no se gana, entre otras cosas porque Ernest no es Pasqual. Su inquina al PSC se centra en este motivo. En el PSC lo saben bien. Además, el movimiento de Aragonès, arriesgado y osado sin duda, ha aniquilado a su candidato. Colau manda entre los suyos, Artadi marca el paso en Junts, Collboni es referente en el PSC a pesar de las dudas, y hasta la Barcelona pel Canvi de Eva Parera, al menos hasta las elecciones, pinta más que Maragall. Los republicanos tienen tiempo de cambiar de caballo porque el actual está más que renqueante y como animal herido puede darles más de un susto antes de mayo de 2023. Maragall está desautorizado por su partido, el cambio de candidato se hace tarea urgente sino quieren perder ripio en la próxima contienda. A Maragall desautorizado, Maragall cambiado.