En Barcelona, de forma especial, falta un espacio político organizado, creíble, con dirigentes sólidos –es cierto que esa carencia es general en todos los partidos--, que sepa inclinar la balanza en beneficio de políticas concretas que beneficien al conjunto de la ciudad. No existe ahora, como se ha comprobado con los resultados del Barómetro de Barcelona, que, –sin trampas– lo que ofrece es un triple empate entre los comunes, ERC y el PSC, no necesariamente en ese orden.

Hay unas decenas de miles de ciudadanos en la capital catalana que se han quedado sin referente. Son la gente de orden, los que entienden que se puede estar a favor del medio ambiente, pero es bueno y necesario consensuar las propuestas, los que creen que no se puede dejar escapar un hotel de la cadena Four Seasons, los que entienden que en Barcelona debe primar la cohesión social, pero sin descuidar las oportunidades para crecer. ¿Tiene representantes esa opción, dejando ya a un lado cualquier deriva soberanista sobre el rol que debería tener Barcelona en una supuesta Cataluña independiente?

Una parte de esa Barcelona de orden ha tomado como referencia al PSC, pero los socialistas son conscientes de que sus bases electorales –porque, además, precisan de una fuerza política que los defienda– están todavía en Nou Barris y en el Besòs, y en el conjunto del distrito de Sant Martí –como se ha demostrado con el asunto del Primavera Sound--, más que en el Eixample y en la Nova Esquerra del Eixample, que son vecinos con más querencia por una izquierda progresista que circula en bicicleta y en patinete eléctrico y siente amor por los productos ecológicos: la que representa Ada Colau al frente de los comunes.

Los socialistas, con Jaume Collboni a la cabeza –con buena conexión con el mundo económico y con el tejido asociativo y empresarial– pueden representar parte de esa Barcelona del orden, pero es preciso algo más. Y ese ‘algo más’ no acaba de nacer.

Sería la opción de Junts per Catalunya, que ha iniciado un aterrizaje hacia el mundo de las concreciones, el mundo de las ‘cosas’, como diría Ortega. Pero necesita tiempo, más tiempo, y precisa, también, que no lleguen las interferencias a través de los prepolíticos, como Laura Borràs o el propio Carles Puigdemont. La fuerza política que tiene, todavía, a Elsa Artadi como candidata no puede satisfacer las demandas de una Barcelona de orden que querría de una vez –admitiendo en privado que no estuvo a la altura de las circunstancias durante el proceso independentista, para frenarlo y marcar las verdaderas prioridades del país y de la ciudad– cambiar el guion y potenciar el verdadero tesoro de Cataluña: Barcelona.

Hay intentos. La exconsejera Àngels Chacón ha dejado el PDECat para liderar un espacio que deberá encontrar un denominador común con Lliures, Lliga Democràtica y Convergents. Y todos ellos, a su vez, esperan que lo que se inició con la plataforma Barcelona es imparable, que tuvo el apoyo de Foment del Treball, se concrete en alguna iniciativa, con Gerard Esteva o con otros dirigentes. Y, para complicarlo todo más, todo ese espacio se inclinaría por un proyecto que pudiera liderar algún patricio de la ciudad –sin repetir el error de Manuel Valls, al que se le confundió y éste se equivocó a través de una plataforma como Ciudadanos--. Queda tiempo hasta mayo de 2023, y los sondeos ahora son únicamente una fotografía del momento. Esas elecciones, además, constituirán unas primeras de las generales, y pueden influir muchos factores. Pero lo que está claro es que sin oferta no hay demanda y sin esa organización política que represente el llamado coloquialmente como ‘orden’ faltará un elemento esencial en Barcelona.

Los datos muestran algunas cosas. Los comunes de Ada Colau, a pesar de la ‘trampa’ de la encuesta, que ofrece una sobrerepresentación a los comunes, no se hunden. Otro elemento es que ERC es una marca fuerte, que buscará, precisamente, representar esa centralidad, para hacerse con la capital catalana y lograr un ‘bingo’ con un alcalde de Barcelona y un presidente de la Generalitat. Y el PSC intentará aprovechar el momento, ante la inminencia de unas generales en las que Pedro Sánchez se volcará para alcanzar su reelección.

El Barómetro deja también una cuestión clara, el 18%, casi dos de cada diez barceloneses, valora con un ‘cero’ la gestión de Ada Colau. Hay, por tanto, una clara polarización en la ciudad que no beneficia al conjunto. Si se presentan los comicios como si se trata de un referéndum a favor o en contra de Colau, los comunes pueden quedar fuera del consistorio, pero tendrán las mismas opciones de ganar, de atraer a muchos electores cansados –con razón o sin ella– de que todo lo negativo se achaque a la líder de los comunes.

Por eso mismo, es urgente que la Barcelona del orden tenga una opción propia, para que ayude, para que incline la balanza y la ciudad pueda contar con un nuevo gobierno municipal. ¿Quién se animará?