Llevamos ya dos años con los cortes patrióticos de la Meridiana, un tiempo más que suficiente para darnos cuenta de que ni la Generalitat ni el Ayuntamiento de Barcelona piensan hacer nada al respecto. Para el gobierno regional, la protesta es sagrada y, además, se desarrolla en territorio ñordo; así pues, adelante con los faroles (otra cosa sería que a los desocupados de turno les diera por cortar la salida de la ciudad hacia el Ampurdán, entorpeciendo el descanso de fin de semana de nuestros dirigentes, pero mientras se limiten a amargarles la vida a los colonos de la Meridiana, allá penas). Para el ayuntamiento, el lazismo debe ser tratado con guante de seda, aunque los indepes ya hayan expresado por activa y por pasiva el asco que les da la señora Colau. O sea, que ha llegado el momento de pasar el asunto a una instancia superior, la estatal, dado que ni la guardia urbana ni los mossos d´esquadra piensan disolver a los pelmazos de los cortes, incurriendo en una clara dejación de funciones que debería preocupar un poco a la delegada del gobierno, Teresa Cunillera, una mujer que confunde adoptar un perfil bajo con comportarse como si no estuviera ni se la esperase. Con una pequeña dotación de la Policía Nacional bastaría para disolver a los jubilators patrióticos, y si insistían en su delirio, ya se encargaría de ellos el poder judicial con una serie de más que merecidas multas. Finalmente, teniendo en cuenta que los activistas cada día son menos, no costaría nada ofrecerles una atención psiquiátrica personalizada (por no hablar de la cantidad de calipandrias invernales que les ahorraríamos a esos carcamales).
El pasado martes hubo tangana en la Meridiana ante la presencia de diferentes políticos del PP, Ciudadanos y Vox. Ni rastro del PSC, evidentemente. Yo ya entiendo que compartir lo que sea con Vox no es plato de gusto, pero es indudable que, en estos momentos, Barcelona se divide entre los partidarios de los cortes y los que están hasta el gorro de ellos, lo cual requeriría del partido del señor Illa algo más que dejar el trabajo sucio en manos de la derechona y de la extrema derechona. Pero en este tema el PSC vuelve a hacer el gallego, como suele, y nos deja sin saber si la escalera de la Meridiana la sube o la baja.
Debemos felicitarnos, eso sí, de que aún no haya pasado nada grave en la Meridiana, aunque ya ha habido conatos de ello: automovilistas que montan en cólera y se enfrentan a los carcamales patrióticos, ambulancias que se quedan atrapadas en el atasco, poniendo en peligro la vida del paciente que transportan, intercambio de insultos entre lazis y sufridos vecinos… Ante estas miserias, lo único que hace la Guardia Urbana y la policía autonómica es tratar de poner un poco de orden, pero privilegiando siempre el dudoso derecho que asiste a los activistas de joderles la vida a los que pretendan cruzar la Meridiana.
El problema de la Meridiana no es estrictamente barcelonés. Ni catalán. No diré que sea una cuestión de estado, pero puede acabar siéndolo si no se le pone solución rápidamente. Para ello, basta con respetar la jerarquía y la cadena de mando. Puede que la Generalitat esté por encima del Ayuntamiento de Barcelona, pero el estado está por encima de ambas instituciones y debería velar por la tranquilidad de los habitantes de un barrio barcelonés y por el derecho de los automovilistas a circular sin que se lo impidan unos cuantos iluminados convencidos de que amargando la vida a sus vecinos dan pasos de gigante hacia la independencia del terruño.
Creo que ya va siendo hora de que la señora Cunillera empiece a ganarse su sueldo.