En la calle Bailén, 70-72, se levanta un edificio del arquitecto José Vilaseca. Se construyó en 1882 y fue uno de los primeros edificios del Eixample. Podemos verlo en viejas fotografías de la época, en medio de un descampado, y apreciar su diseño como templo anfipróstilo, y perdonen el palabro. Que se entienda, imitaba a un templo romano que, a diferencia de los templos griegos, sólo tiene una escalinata en la entrada principal. El curioso edificio fue encargado por los hermanos Masriera para ser empleado como taller de pintura, escultura y orfebrería, además de ser el depósito de la colección de objetos de arte de la familia, que no era pequeña.
Luis, el hijo de José Masriera, resultó ser hombre de teatro. A él debemos la ampliación del edificio a lado y lado, en 1913, y la conversión de su interior en el Teatro Studium, inaugurado en 1932. Allí actuó la Compañía Belluguet, que había fundado Luis en 1921, interpretando obras propias, contemporáneas u otras de los grandes clásicos. Pero también visitaron la escena artistas, poetas y conferenciantes. Uno de ellos, Federico García Lorca. Vamos, que el Studium estaba en medio del meollo cultural barcelonés durante la Segunda República, lo que no es poco.
Tanto cambiaron los tiempos en que la década de 1950 pasó a ser convento de la Congregación de la Pequeña Compañía del Corazón Eucarístico de Jesús. Las monjitas ocuparon el edificio hasta 2009, cuando lo cedieron a una fundación. Entonces pasó de mano en mano… En 2020, se lo quedó definitivamente el Ayuntamiento de Barcelona. Durante estos diez años ha permanecido vacío y sin uso. De vez en cuando, los vecinos organizan visitas para que podamos contemplar su interior, que tiene un cierto valor estético y patrimonial.
¿Qué planes tiene el Ayuntamiento de Barcelona para el Taller Masriera, o para el Teatro Studium, ya puestos? Buena pregunta. Tener planes, tiene, más de uno, y más de dos, lo que viene a ser que todavía no tienen planes. Pero ningún proyecto sobre la mesa propone conservar el teatro tal y como está.
Uno de ellos quiere crear un centro de artes escénicas, pero echando abajo el anfiteatro del primer piso y sentando a los espectadores alrededor del escenario. Se perderían 300 butacas. Los otros planes no contemplan teatro que valga. Tirarían todo abajo y trasladarían al taller la biblioteca Sofía Barat, hoy en la calle Girona. El barrio no ganaría ningún equipamiento cultural; la biblioteca cambiaría de sitio y la ciudad perdería un posible teatro.
Los vecinos… Ay, los vecinos, siempre pidiendo. Quieren conservar el Teatro Studium por su valor patrimonial, que lo tiene, pero también para convertirlo en un ateneo cultural de referencia, que buena falta hace en el barrio, y en Barcelona. El barrio carece de una infraestructura cultural con cara y ojos y dejar escapar esta oportunidad sería una solemne tontería. Recuperaríamos un espacio arquitectónicamente muy interesante para ofrecer un equipamiento muy necesario. Todos saldríamos ganando.
Pero el Ayuntamiento, ay, el Ayuntamiento… No puedo dejar de señalar que quien esgrime ahora el bastón de alcaldesa prometió una y mil veces apoyar las reivindicaciones de las asociaciones de vecinos y desde hace años se dedica a todo lo contrario. Tanta asamblea, tanto proceso participativo, tanta consulta y cuando los vecinos quieren salvar bienes patrimoniales o abrir equipamientos culturales, ¿qué hace el Ayuntamiento de Barcelona? Echa mano de la piqueta. Que le den, a la cultura y al patrimonio, que eso no da votos.
Han sido tantos los ejemplos estos últimos años que da miedo echar la vista atrás. Casitas rurales, fincas modernistas, restos históricos o fachadas de comercios con valor patrimonial han sido víctimas de la desidia y el desinterés del Ayuntamiento. Los vecinos venga a avisar, venga a quejarse, pero ¿qué? Que les den, a los vecinos. En cuanto a la política cultural del municipio, destaca que su antiguo responsable ha llegado a ministro por sacárselo de encima. Su principal mérito ha sido no haber hecho nada remarcable durante años y el ministerio le va como anillo al dedo. ¿Me pueden citar algún acontecimiento cultural de alcance internacional en los últimos 10 años en Barcelona? Pues eso.
Ojalá el Taller Masriera, o el Teatro Stadium, como prefieran llamarlo, se salve como está y como quieren los vecinos, se rehabilite y se convierta en un centro cultural de primera. Pero tendremos que batir el cobre para que el Ayuntamiento de Barcelona nos haga caso, algo que últimamente acostumbra a no hacer. Qué pena, de verdad.