Cerdá definía que la mejor idea siempre es inútil cuando no se presenta al mismo tiempo con los medios necesarios para realizarla. Por este motivo cualquier proyecto urbanístico tiene que ser viable y rentable, y tiene que representar un beneficio para el ciudadano, y no únicamente un coste. Cuando Cerdá se vio en la tesitura de hacer un planeamiento territorial que permitiera hacer crecer la ciudad más allá de las murallas existentes, planteó un nuevo modelo urbanístico que ha sido durante muchos años un referente mundial. Este la ha caracterizado con una seña de identidad que ha servido para dotar una imagen de Barcelona moderna y avanzada en su tiempo. Una trama de calles paralelas al mar y otras calles perpendiculares que dibujaban unas manzanas de 113,30 metros entre ejes y orientadas 45º a norte. Unas calle anchas que ya aventuraban el futuro tránsito rodado que tendría la ciudad. Una aportación urbanística que ya venía de la cultura griega, que entendía el planeamiento urbanístico en base a la sistematización del territorio con un trazado Orthogónico. Un claro ejemplo lo tenemos en el diseño de la ciudad de Alejandría, fundada por Alejandro Magno en el año 331 a.C. La que fue llamada la "Perla del Mediterráneo" estaba proyectada con una disposición de calles paralelas y perpendiculares entre sí. Alejandría resultó ser una ciudad moderna, creada para ser vivida por sus ciudadanos, basada en las necesidades de sus habitantes, en la que los espacios públicos se integraban en una trama urbana ortogonal.
Cerdá estableció para Barcelona un plan innovador, que desde el primer momento tuvo recelos por parte del ayuntamiento de entonces. El modelo sucumbió más tarde a los intereses de los propietarios del suelo, al entender que la propuesta para el Eixample desaprovechaba las posibilidades especulativas que tenía la trama proyectada. En este aspecto se modificaron las alturas de los edificios y se permitió la construcción no tan solo de los patios de manzana sino de todo el perímetro de la misma. Sin embargo, aún con esta compactación edificatoria, hizo del Eixample un centro estratégico y que identificaba nuestra ciudad.
Estamos viendo como en la actualidad aparecen propuestas desde el consistorio que pretenden establecer ciertas reformas y modificaciones que en ocasiones no entienden bien, ni la ciudadanía, ni algunos urbanistas. Hemos podido comprobar cómo algunas reflexiones que vienen desde los responsables urbanísticos del ayuntamiento, describen que la trama Cerdá está para tocarla, adaptarla y reciclarla. Una reflexión que invita al desasosiego. No se trata de interpretar el Eixample como un planeamiento exclusivo ni excluyente, sino todo lo contrario. Algunas voces de destacados arquitectos se han alzado en contra de la propuesta de modificación del plan Cerdá. Unas pretendidas reformas que se han impulsado como consecuencia de la pandemia. Hemos visto que han aparecido actuaciones mal llamadas de urbanismo táctico, que han contribuido a dibujar una ciudad sin un claro modelo urbanístico, pretendiendo como un primer paso, una modificación sustancial del urbanismo de Cerdá.
La bandera utilizada para justificar tales modificaciones aparece bajo la perspectiva de la interpretación de una política de movilidad, que en aras de una sostenibilidad y respeto por el medio ambiente mal entendido, puede llegar a provocar una influencia negativa en el necesario desarrollo económico que cualquier urbe necesita. La guerra al automóvil no tiene ningún sentido. En un futuro, la movilidad vendrá dada por grandes cambios muy significativos en nuestro desplazamiento. Estos vendrán acompañados por la ampliación y potenciación del transporte público de una manera más eficiente. Algunos urbanistas, proponen para un futuro no muy lejano, la gratuidad del transporte público. Un derecho ciudadano que permita la movilidad y no todo lo contrario. Un proceso que llevará indiscutiblemente a la pacificación del tráfico rodado. Una propuesta que tendría que ser viable, al igual que la sanidad, vía financiación en el presupuesto público con la colaboración de la iniciativa privada. Un planteamiento de ciudad que también tendrá que tener en consideración que estamos a las puertas, como ya estamos viendo, de la incorporación cada vez mayor de coches eléctricos, motos eléctricas, patinetes, bicicletas etc. Un conjunto de vehículos que nada tendrá que ver con los combustibles fósiles, y que van a contribuir a replantear la ciudad de una forma radicalmente distinta de cómo es en la actualidad. Una movilidad que no dejará de ser en muchos casos personalizada, y que no tiene por qué afectar a la economía productiva de de la ciudad.
Ni que decir tiene que, convertir el Eixample en base a una implantación de las llamadas superillas, va a provocar en el perímetro de las mismas, calles como autopistas, además de unos accesos dificultosos para el comercio. También comportará una problemática en la logística de la ciudad, que es cada día más necesaria. Como también el establecimiento de calles de primera y de segunda. Un desequilibrio que el plan Cerdá evitó. Un plan que en su día se proyectó para contribuir al diseño de una ciudad higiénica y funcional, que abrigaba un modelo de igualdad para sus habitantes, y cuya característica geométrica dotaba al territorio de cierta uniformidad sin distinción social entre sus habitantes.
Entender, como así ha sido desde la alcaldía, que bajo el titulo Queremos recuperar el espíritu de Cerdá, pasa por la implantación de las llamadas superillas, representa poco conocimiento de lo que es y representa una ciudad. Plantear una reforma del Eixample sin definir un plan estratégico en el que se describa la afectación que puede llegar a tener en la actividad económica, la penalización de la movilidad en la ciudad y en su área metropolitana, puede llegar a ser desastroso. Y todo ello en aras de una sostenibilidad medioambiental no demostrada, y que posiblemente con la llegada de las nuevas tecnologías de movilidad no se lleguen a justificar. Muchos somos de la opinión de que una de la claves para la potenciación de la trama Cerdá pasará por la recuperación de los patios interiores de manzana, como suelo público, donde poder convertir la ciudad más amable y humana, rescatando así mismo el espíritu del Plan Cerdá. Porque entender el futuro de la ciudad en contra del coche, puede resultar muy popular, pero puede llegar a acarrear un auténtico caos que derive en el detrimento de lo que tendría que ser el motor de la actividad económica que una ciudad necesita. El enfrentamiento contra el coche, es un concepto mesiánico que se acerca más a la demagogia política, que a un análisis estratégico de lo que tiene que ser la ciudad del futuro.
Uno de los maestros de la arquitectura catalana, llamado Jose Antonio Coderch, en un artículo publicado en la revista Domus en noviembre de 1961, hace ya 60 años, adelantándose a su tiempo nos alertaba con una frase que servía de título a su artículo, y que hoy en día vuelve a ser muy actual: "no creo que sean genios lo que necesitamos ahora. Creo que los genios son acontecimientos, no metas o fines. Tampoco creo que necesitemos pontífices de la arquitectura, ni grandes doctrinarios, ni profetas, siempre dudosos". Una reflexión que venía determinada en un intento de humanizar la arquitectura y poder liberarla de tópicos y formulas proféticas, que normalmente no resultaban acertadas.