Patrimonio de la Generalitat se ha quedado con el palacio de Pedralbes que pertenecía al Ayuntamiento de Barcelona. Y lo ha hecho a cambio de que el Govern financiara buena parte de las obras de los túneles de las Glòries, aún no terminados, por cierto, aunque parcialmente en funcionamiento. Los túneles no están listos, pero Aragonès y sus muchachos ya se han cobrado la factura. Con ello el carlismo rural que siempre ha mirado mal a la ciudad, consigue dos objetivos. El primero, expoliarla un poco más. Durante años, sobre todo con los gobiernos nacionalistas, de raíz más que conservadora, se han reducido al mínimo las inversiones de la Generalitat en la ciudad. Y cuando se han hecho, ha sido a base de privatizar y garantizar los beneficios, como en el caso de los tranvías existentes, en manos privadas y con beneficios garantizados. Como hizo el PP (con el apoyo de CiU, con las radiales madrileñas). Ahora se invierte pero a cambio de patrimonio. Habría que ver la reacción del independentismo si el gobierno central propusiera quedarse con alguno de los edificios de la Generalitat a cambio, por ejemplo, de mejoras ferroviarias o de inversiones en el aeropuerto.

El segundo de los objetivos que alcanza la derecha catalanista es disponer de instalaciones propias en la parte alta de la Diagonal, la de los catalanes de verdad, los ricos que siempre han mirado mal a los que viven en la parte baja, cerca del mar y de la miseria obrera. En la Meridiana se pueden permitir semanas y meses y años los cortes, que perjudican especialmente a los trabajadores; eso sí, cuando vuelven a casa, no sea que la protesta pueda incidir en la producción y les haga llegar tarde al trabajo. Si la vía cortada hubiera sido la Diagonal, el permiso de Interior hubiera durado menos que la palabra de Laura Borràs.

Hay que reconocer, nobleza obliga, que los ricos acogen de vez en cuando a algún inmigrante. De ahí que no pusieran inconvenientes en aceptar que se instalara en la zona alta el duque de Palma, consorte de la infanta Cristina, empleada de La Caixa, gracias a que esta entidad siempre ha defendido la meritocracia.

La verdad, con todo, es que al ciudadano de a pie le trae perfectamente sin cuidado qué administración sea la propietaria de un edificio. Lo que le preocupa es que los servicios funcionen cuando tienen que atenderle. Que el palacio de Pedralbes sea escrituralmente propiedad de uno u otro lado de la plaza de Sant Jaume es algo totalmente irrelevante, salvo para los defensores de los símbolos por encima de los hechos. Es probable, incluso, que el Ayuntamiento haya hecho un buen negocio desprendiéndose de un edificio que exigía un mantenimiento costoso y que se utilizaba media docena de días al año, además de para el festival en verano.

Habrá que ver, sin embargo, qué usos le dan los carlistas. Hasta ahora, el consistorio abría los jardines al público, lo que no es poco teniendo en cuenta la falta de espacios verdes en una ciudad masacrada por la especulación del suelo. Una especulación que, vaya por Dios, ha beneficiado en general a los residentes en Pedralbes y sus inmediaciones, la parte alta de la Diagonal, porque los pobres las únicas tierras que tienen y con las que podrían especular son las de las macetas del balcón (cuando tienen balcón). Que ahora el palacio se convierta en segunda residencia del gobierno independentista (sus miembros se empeñan un día sí y otro también en recordar que no son el gobierno de todos los catalanes) no hace sino confirmar el dicho: Dios los cría y ellos se juntan, incluso se arrejuntan. Así no tienen que soportar el olor de las multitudes, el del sudor de la plebe que de vez en cuando protesta en la plaza de Sant Jaume por un cierre empresarial o por lo mal que funcionan las escuelas y la sanidad públicas, gracias a la política de recortes aplicada con saña por un tal Artur Mas.