Hace unos días, en la zona de la fase 1 de la implantación de la recogida selectiva de residuos llamada Puerta a puerta, en el barrio de Sant Andreu de Palomar, los vecinos y las vecinas han vuelto a ver cómo debían asumir un nuevo cambio en la gestión de la basura.
Aquellos contenedores que se repartieron a cambio de la cesión de los datos personales para los restos orgánicos ahora ya no son necesarios, ya que unas familias tienen un buzón asignado y otras tienen la opción de acceder a uno de los 15 contenedores inteligentes…, que de inteligentes sólo tienen una cerradura electrónica, nada de compactar o avisar cuando están llenos, por ejemplo.
Los residuos reciclables se siguen bajando en bolsas, que ahora ya no llevan el chip de seguimiento, unos días señalados; otros días se baja el cartón; para el textil sanitario también hay unos buzones, y el vidrio que no ha sufrido más cambio que un baile de emplazamientos por el barrio, sigue igual que antes.
Es decir, cinco formas diferentes de gestionar los residuos, un verdadero dolor de cabeza para los hogares, que van cambiando según el gobierno de Colau y Collboni constata el fracaso de una implantación mal planificada y poco dialogada con las personas implicadas.
A todo este desastre organizativo, le debemos sumar el gran gasto público, que no sabemos exactamente cuánto es, destinado a intentar imponer y luego a rectificar sobre la marcha. Todo un despropósito que lejos de impulsar a luchar contra la emergencia climática, desespera profundamente a quien apuesta por una gestión sostenible y acorde a la gran necesidad de reciclar.