Los señores diputados del Parlament (los del Congreso también) cobran dietas por acudir a su trabajo. Algo espectacular porque con lo pequeñita, en extensión, que es Cataluña se puede ir desde cualquier punto a la Ciutadella y volver dentro del día. Además, en el edificio hay un bar y un servicio de restaurante que, faltaría más, tiene los precios subvencionados. Para todos. Los diputados, las diputadas, los empleados y hasta los periodistas que pasan por allí. Y es que el dinero público da para mucho. Y para más. Si conviene.
La excusa para tanto despilfarro es conocida: se trata de mantener bien alta la dignidad de los representantes del pueblo. La dignidad del pueblo mismo es ya otra cosa. Ésa, que se la pague el pueblo con lo que le queda después de abonar los impuestos de los que salen las nóminas (y las dietas) de sus muy dignos representantes.
No es en el único sitio que pasa. Los prelados de la Iglesia católica sostienen que no se puede escatimar nada cuando se trata de ofrecérselo a Dios, de modo que sus casas (templos) y sus ministros (ellos mismos, sin ir más lejos) tienen que disponer de lo mejor. De ahí que los cálices sean de oro, los manteles del altar de telas caras y que ver desfilar a los obispos y los papas parezca una especie de alfombra roja de los Óscar, sólo que en versión eclesial, como bien vio Fellini en su día. Son vestimentas caras, pero las llevan con gran sufrimiento por Dios y para Dios.
Diputados, senadores, abades, priores, cardenales y mitrados se visten de seda y, si hace falta, de púrpura, como un gesto de humildad. Igual que el obispillo Rouco Varela (no confundir con Rocco Siffredi) vive en un piso de tropecientos metros cuadrados porque necesita espacio para recibir a su Dios de vez en cuando sin que el servicio interrumpa la charla.
Y el ejemplo cunde. Los sacerdotes emulan a sus pastores y los empleados del Parlament se apuntan al festín pagado por la Hacienda pública. Y si ellos pueden jubilarse a los 60 años con un sueldo de ensueño, ¿por qué no todos los demás? Por lo menos, todos los demás empleados públicos. Por ejemplo, los que trabajan para TMB que esta semana han hecho una huelguita para poder jubilarse también a los 60 años (¿por qué no a los 50?), aunque los que pagan los impuestos se jubilen a los 67. Pero hay que agradecerles una cosa: no han pedido que se pague dietas a los que viven fuera de Barcelona.
Se dirá que es lo normal, que la mayoría de la gente que vive en Barcelona y trabaja en Molins de Rei o a la inversa asume los costes del desplazamiento y no cobra dietas ni para comer ni para dormir ni le pagan una televisión y un reposapiés para el coche, como en su día a Ernest Benach, uno de los peores presidentes de una institución, el Parlament, que parece empeñada en degradarse cada día más.
Si sus señorías cobran dietas ¿por qué no los conductores de autobús? Por lo menos los que conducen autobuses de TMB, una empresa pública que tiene déficit, pero ese déficit no la lleva al cierre, sino a recibir más aportaciones del erario público. Ese que se nutre de los impuestos de todos los ciudadanos. De modo que sus empleados quieren jubilarse a los 60 años, aunque no lo hagan con un plan de pensiones tan suculento como el de sus dirigentes, muchos de ellos designados por los partidos sin más mérito que el de la militancia.
A cambio de no pedir dietas, los representantes sindicales de TMB han exigido la dimisión de la presidenta de la entidad, Laia Bonet, aduciendo que ya no tiene su confianza. Lo dicen unos representantes sindicales que fueron votados en su día por los trabajadores de TMB, pero sin el aval de nadie más. Tan nadie más que no sobrevivirían ni las pocas horas de la huelga si tuvieran que vivir de las aportaciones de los sindicados.
Realmente tenía razón Ortega: España está invertebrada. Sus élites políticas, eclesiales, sindicales, judiciales y militares no están para dar ejemplo. Peor aún, dan ejemplos pésimos. Y pueden hacerlo porque viven (y bien, muy bien) a costa del contribuyente. Se dirá que todos no son iguales y es verdad. Pero ya va siendo hora de que los que se sienten desiguales, cada vez que intervengan, hagan un coda al modo de Teresa Rodríguez en Andalucía, recordando que cobran extras hasta en vacaciones.
A estas alturas y con lo desnortada que anda la izquierda, es la única forma de que el rojo se extienda: poniendo a tanto vividor colorado, si es que tienen aún vergüenza.