La alcaldesa de Barcelona acudió al juzgado para responder por una acusación de prevaricación, malversación de caudales públicos y tráfico de influencias. Los beneficiarios: las organizaciones en las que participó, en las que se incluyen algunos de sus concejales, y en las que se sustenta parte de su activismo. O sea, ni más ni menos que por la creación de una red clientelar, esa que tanto denuncia la zarina ofendida de Barcelona.
Dijo que estaba encantada de ir a declarar, pero sus abogados intentaron impedirlo dando explicaciones sobre las bondades de la zarina ofendida que se daba golpes en el pecho entonando cánticos de inocencia. Está en su derecho de defenderse, sólo faltaría, pero para hacerlo desprestigió a los querellantes y se escudó en la supuesta transparencia del consistorio. Transparente, a medias, pero favoritismo hacía algunos: todo.
Dijo que estaba encantada de ir a declarar pero entró por la puerta de atrás para evitar a las cámaras de televisión, a los periodistas y a los fotógrafos, mientras que en la entrada principal unas decenas de palmeros, seguramente estómagos agradecidos de estas entidades, le daban su apoyo frente a la “dictadura empresarial” porque todas las pancartas, perfectamente iguales porque salieron de la misma impresora, pedían el agua pública señalando a Agbar como la culpable de la querella, aunque la empresa gestora solo ha sido víctima de las actividades --el adjetivo de las mismas póngalo ustedes-- cuando se convocó una consulta con recogida de firmas que era de todo menos democrática y participativa. Todavía resuenan los vídeos dónde los activistas decían aquello de tú pon el nombre y ya lo arreglamos. En fin, todo muy chusco.
Dijo que estaba encantada de ir a declarar, pero nunca ha negado que esas entidades han sido regadas con dinero público porque son entidades, dice, de interés general. Curiosa justificación, porque otras con los mismos objetivos encuadradas en el interés general han sido menospreciadas y repudiadas o jamás han visto ingresar en sus arcas cantidades como lo han visto la PAH, Ingenieros sin Fronteras y el Observatorio DESC. En todo el mandato de Colau han recibido 3,4 millones de euros, o lo que es lo mismo: 565,712 millones de pesetas, por si no se hacen a la idea de la magnitud.
La zarina ofendida ha dejado a Barcelona a un paso del despeñadero. Su gran proyecto, su único gran proyecto, es el urbanismo táctico, un agujero negro en el que se gastará más de 50 millones de euros para colapsar la ciudad, más lo que se ha gastado en la pifia del Poble Nou. Un urbanismo táctico que pone de los nervios a la “dictadura empresarial”, esa formada por pequeños y medianos empresarios que se temen lo peor ante los problemas de movilidad que además ayudarán a que crezca la contaminación porque la táctica urbanística es hacer grande el colapso circulatorio. Eso sí, no se equivoquen. De esta “dictadura empresarial” saquen ustedes las empresas beneficiadas durante estos años que han recibido una lluvia de millones en adjudicaciones que hacen sonrojar al más cauto.
Dijo que estaba encantada de ir a declarar, pero en su exaltación de la inocencia, la zarina ofendida puso a bajar de un burro a los medios de comunicación, a los columnistas y a los opinadores que no le bailaban el agua. Quizás por explicar la verdad, por opinar que gobernar no implica crear una red de intereses, de activistas y de agitadores que convenientemente organizados le ríen las gracias o, peor, justifican su modus vivendi. Incluidos algunos medios de comunicación, con TV3 de abanderada, que esperan el maná en forma de ingresos publicitarios o favores poco lúcidos de explicar. Para qué la verdad si se puede travestir, pero tengan en cuenta que, aunque la mona se vista de seda, mona se queda.
Tras la declaración ante el juzgado --que la ha obligado a ir a declarar haciendo caso omiso de sus cantos de sirena exculpatorios, seguramente porque está compinchado con la “dictadura empresarial”, en explicaciones privadas de las tropas colauistas--, salió en rueda de prensa para contarnos, ¿a qué no se imaginan? Que estaba encantada de ir a declarar, que es inocente, que la querella no tiene ningún sentido, que responde a intereses espurios, que lo ha hecho todo muy bien, que ha contestado a todas las preguntas y que el juez está convencido de que ciertamente es una zarina ofendida con razón. No contó que las entidades que recibieron 565,712 millones de pesetas también creen que es inocente, que lo ha hecho bien, que no se inhibió, que no sabía nada del chorreo de pasta que recibieron porque responden al interés general y que Colau es la mejor alcaldesa de la ciudad. Su forma de actuar difiere bien poco de la línea argumental de aquellos que ella acudió presta a acusar en el pasado lejano o no tan lejano como Rajoy, Cospedal, Francisco Camps, Pujol, Mas, y, como no, el rey emérito. Sin olvidarme de la presidenta Isabel Díaz Ayuso. Ella es diferente, dice. Pero a mí me parece que Colau ha hecho lo mismo que hicieron otros refugiándose en su disfraz de zarina ofendida.