Las elecciones anticipadas las carga el diablo. Recuerdo cuando Artur Mas, creyendo que un adelanto electoral le permitiría la gloria, acabó en el cajón de la historia. El Partido Popular de Castilla y León, pese a no cosechar malos resultados, ha terminado durmiendo con quien puede ser en el corto plazo su peor enemigo. Decidió adelantar las elecciones para prescindir de Ciudadanos y ha acabado dependiendo de Vox. Un pacto que puede condicionarlo todo en los próximos años.

Esta última semana la prensa internacional escribía sobre la llegada de Vox al gobierno autonómico de Castilla y León. Varios periódicos importantes de todo el mundo hablaban sobre lo preocupante que era el ascenso de la extrema derecha en nuestro país, y la angustia que causaba a unos y a otros su presencia ya en un ejecutivo autonómico. La preocupación la vimos también plasmada en las declaraciones del líder del Partido Popular Europeo, que según afirmó esperaba que el pacto de los populares con los ultraconservadores fuera una anomalía y no una norma. Lástima que todo este ruido no esté sirviendo para que los populares entren en otra lógica. La normalización de la ultraderecha parece que ha iniciado un proceso casi imparable. Similar al vivido en Italia, que relegó a la derecha de Berlusconi y ha dejado una derecha liderada por la extrema derecha de Meloni y por la derecha racista de Salvini, o a lo vivido en Francia con el ascenso de Le Pen.

El crecimiento de la extrema derecha es un fenómeno que, desgraciadamente, vivimos en toda España. No es un proceso exclusivo de Castilla o Andalucía. También en nuestra ciudad el extremismo ha cosechado unos resultados nada despreciables, llegando a ser el primer partido de la derecha catalana no independentista, muy por delante del Partido Popular o de Ciudadanos. Es importante que recordemos que en las pasadas elecciones autonómicas de 2021, el PSC, que fue quien ganó las elecciones, sacó 531.000 votos en Barcelona, que valieron 23 escaños. Vox en nuestra ciudad no sacó un mal resultado. 166.000 votos y 7 diputados, quedando cuartos en total, sólo por detrás de PSC, ERC JxCat.

El resultado de la ultraderecha en nuestra ciudad fue importante. Y, pese a que es muy evidente que la presencia (o no) de Vox en el Ayuntamiento tras las elecciones de 2023 no les llevará en ningún caso a la alcaldía ni al gobierno municipal, su irrupción puede ser terrible para las pretensiones de otros partidos que necesitan de una aritmética muy concreta para gobernar la ciudad.

La derecha en nuestra ciudad está quebrada en demasiados pedazos. El Partido Popular, que consiguió salvar su resultado en las anteriores elecciones municipales gracias a la pericia de su candidato, Josep Bou, para animar a los suyos, se encuentra en un proceso complicado en que las luchas internas y las malas decisiones les están pasando factura. Desconocemos el candidato para las siguientes elecciones, pero los dimes y diretes llevan meses sonando y parecen no quedar en claro con nada. La renovación de la cúpula del partido en Madrid será determinante para ver qué sucede con el partido conservador, pero cuesta creer que en sus planes esté el renunciar a su marca. De hecho, sus dirigentes siempre han dejado claro que no quieren ni oír hablar de eso, por más que otros hayan tratado de forzarles a reflexionar en dirección contraria.

Curioso es también el papel que pretenden jugar aquellos que crecieron (conmigo) a la sombra de un exprimer ministro francés del Partido Socialista y que, tras su marcha, decidieron tratar de venderse como la alternativa de derechas conservadora sin matriz en Madrid, aglutinando a su alrededor a conservadores desencantados con el Partido Popular y a figuras caídas en desgracia de Ciudadanos. Su tesón y sus declaraciones grandilocuentes contrastan con ese eterno e invariable 0,1% de intención de voto que parece son incapaces de remontar tras barómetro municipal.

Ciudadanos no corre mejor suerte. Con un grupo municipal aparentemente dividido que se ha ido mermando con el tiempo, parecen estar desaparecidos del debate municipal. Incapaces de llegar a acuerdos con nadie y con una dinámica de partido que les lleva a una situación más que complicada, veremos en qué condiciones llegan a los próximos comicios. Lo que parece medio claro es que tampoco contemplan, al menos por el momento, renunciar a sus siglas ni a su proyecto. Resistir hasta el final parece su opción. Veremos cómo llegan al final de la contienda. Y en este escenario de fragmentación excesiva, en la derecha aparece Vox.

Barcelona es una ciudad eminentemente progresista. Por ello, la lucha por el espacio de la derecha es más complicada que nunca. Lejos queda aquel PP que contaba con 9 concejales. Ahora, por ese espacio, compiten PP, CS, Vox y los restos de lo que quede de ese intento de liderar la derecha con un 0,1% de intención de voto. Con esta fragmentación, la competición en ese espacio puede acabar dejando a la derecha no independentista sin representación en el Ayuntamiento de Barcelona, o algo peor: puede ser Vox el único exponente de la derecha que entre en el consistorio. Y eso es muy mala noticia. Vox es incapaz de llegar a acuerdos con nadie, y su presencia solo serviría para que gobernase el independentismo por imposibilidad de sumar al otro lado.

Ante esto solo existen dos opciones. El voto útil a otra formación con posibilidad de gobernar (PSC), o la reagrupación de los partidos de la derecha.