El Ayuntamiento de Barcelona invita a los ciudadanos a sumarse a lo que denomina “proceso participativo” en las zonas en las que se van a efectuar reformas. Puede apuntarse quien quiera y luego se recorre el tramo en compañía de “dinamizadores” de grupo que invitan a los participantes a dar sus opiniones sobre los problemas existentes y las posibles soluciones. Esta misma semana se han iniciado los paseos por el eje que forman la calle Berlín y la Avenida de Madrid. Los vecinos que acudieron, dieron sus opiniones y todas ellas fueron grabadas por las dinamizadoras que acompañaban a los grupos. Incluidas las muchas preguntas que los asistentes formularon y que ellas dijeron que no podían responder porque desconocían el proyecto preciso. Su función era, simplemente, hacer llegar a los redactores del proyecto definitivo las opiniones de los vecinos. Una pena, porque había tantas preguntas como propuestas. No estaría de más que alguien las respondiera. Lo mejor sería que diera la cara un concejal. Después de todo, si se suman los titulares, presidentes y adjuntos resulta que hay diez cargos electos entre Sants y Las Corts. Bueno, en realidad, nueve, porque Jordi Castellana (ERC) repite en los dos distritos.
El paseo se hizo por la acera, compartida por usuarios del patinete que obligaban al grupo a apretujarse para que nadie fuera arrollado. Cuando el grupo se paraba para hablar, con frecuencia lo hacía rodeando una o más motos porque hay pocos tramos de los reservados al peatón que no hayan sido invadidos por las máquinas.
La Avenida de Madrid separa Sants de Les Corts y lo primero que llama la atención de lo oído a los asistentes es que los vecinos de Sants (el concejal es Marc Serra, de Barcelona en Comú) se sienten muy maltratados respecto a sus vecinos de Les Corts (concejal del distrito, Joan Ramon Riera, del PSC). “Yo quiero ser de Les Corts”, decía airada una vecina. En su opinión, las aceras de Sants están más abandonadas con tramos peligrosos porque las baldosas están deterioradas, formando baches que cuando llueve se convierten en charcos y provocan caídas, y las calles están mucho más sucias. “Y pagamos todos los mismos impuestos”, añadía otra vecina residente en Sants. Además, con motivo de la pandemia, en el lado que corresponde a Les Corts se eliminó un carril destinado al tráfico y se habilitó para peatones, lo que no ocurrió en el lado de Sants donde, para colmo, las aceras son más estrechas.
Unos y otros lamentaban el retraso en ampliar las aceras de la Avenida de Madrid entre Carlos III y plaza del Centre. En el resto de la avenida se ampliaron hace casi 20 años. O lo que es lo mismo, “recientemente”, según una de las dinamizadoras que actuaba en nombre del consistorio. Era una muchacha joven con más de 20 años de vida previsible y que por ello podía asumir con el tango “que 20 años no es nada”. No podían decir lo mismo algunos de los vecinos inscritos en el paseo que superaban los sesenta y los setenta. Para ellos, 20 años es todo. Una muestra más de la distancia entre quienes programan las obras y quienes las sufren y viven. Y a veces mueren sin llegar a verlas terminadas.
Quejas unánimes: el ruido y la falta de transporte público. Entre Collblanc y la plaza del Centre sólo hay una línea de autobús, la 54, que además tiene unas frecuencias bajas en días laborables y altísimas (de unos 25 minutos) los fines de semana. Durante un tiempo hubo una segunda línea, la H10, pero los responsables de TMB decidieron cambiar su recorrido. Al llegar a la estación de Sants, en vez de ir a buscar la Avenida de Madrid, la llevaron por Sant Antoni hasta la plaza de Sants. El mismo recorrido que hace la línea 5 del metro por el subsuelo. En aquel momento hubo un “proceso participativo” espontáneo que se tradujo en miles de firmas de vecinos pidiendo que se mantuviera el trazado de la línea H10. Las autoridades competentes (incompetentes para parte de la vecindad) ignoraron ese proceso autoconvocado.
Tal vez por eso algunos de los que asistieron al paseo de esta semana lo hicieron cargados de altas dosis de escepticismo. Convencidos de que las decisiones que afectan a su vida futura ya han sido tomadas sin tenerles en cuenta. La prueba es que los concejales consideraron que había cosas más importantes que hacer que escuchar a sus votantes. Unos votantes que, además, escépticos o no, habían decidido dedicar parte de su tiempo a la ciudad, a mejorarla.
Era un atardecer desapacible, pero esos barceloneses habían acudido respondiendo a un lema positivo: “Por mí que no quede”.