Veo en la portada de El Periódico de Catalunya una foto en la que una serie de próceres locales muestran su entusiasmo ante la celebración en Barcelona de la Copa América de Vela dentro de un par de años. Con una sonrisa de palmo y medio y el pulgar enhiesto en señal de victoria, comparten su regocijo algunos políticos como Aragonès, Puigneró (que vive habitualmente en el hiperespacio, pero ha bajado temporalmente a la tierra para sumarse al jolgorio), Torrent y Collboni. Junto a ellos, pero sin sonreír ni levantar el dedo, se aprecia la presencia de Ada Colau, que aporta un aire ausente a la celebración mientras pone cara de que no le queda más remedio que sumarse a ella, pero que, en el fondo, considera la regata de marras una pijada impropia de su muy progresista y sostenible agenda (con perspectiva de género). En otras fotos, Colau ya ha conseguido sonreír (o algo parecido) y hasta exhibir pulgar tieso, pero creo que la primera imagen la representa mejor que ninguna otra: como con el Mobile, que le parecía el colmo de la pijería capitalista y que se tuvo que acabar tragando por el bien económico de la ciudad, ahora le ha tocado poner buena cara a una regata --¿qué será lo próximo, un torneo internacional de polo?-- que se la repampinfla (como a mí, por otra parte), pero que puede generar una pasta gansa para la ciudad de la que es alcaldesa (aunque puede que ya no lo sea cuando se celebre la cosa). Se calcula que con una inversión de unos 70 millones de euros --a apoquinar entre diputación, ayuntamiento y los potentados de Barcelona Global--, podemos recaudar entre 900 y 1.000, así que da la impresión de que vale la pena apuntarse a la pijada de la vela por puro interés pecuniario. El problema de Ada es que no sabe cómo explicar algo tan sencillo y tan fácil de entender a sus bases, que son más de superilles, urbanismo táctico y convertir la Vía Layetana en un sindiós progresista. De ahí la cara de yo-pasaba-por-allí-y-me-liaron que pone en la foto del Periódico y que trata de enmendar en otras imágenes del mismo acto.
Personalmente, uno no es muy partidario de los grandes eventos para tirar adelante la ciudad, costumbre que adquirimos en el 92 y que deberíamos haber abandonado tras el desastre del Forum de las Culturas. Uno es partidario de la labor cotidiana bien hecha y de no estar recurriendo todo el rato a zanahorias que nos ponemos delante de los morros para correr más. Lo que pasa es que cuando la labor cotidiana deja tanto que desear como la de los comunes, uno hace una excepción en su estricto criterio y se apunta al Mobile, a la Copa América y a lo que haga falta con tal de que pase algo en su querida ciudad que vaya más allá de complicar y amargar la vida de sus habitantes (que son las especialidades de los comunes, aunque, eso sí, siempre aparentando que todo se hace por nuestro bien o, mejor dicho, para salvarnos de nosotros mismos, que tenemos tendencia a cagarla).
1.000 millones a cambio de 70 suena al negocio del siglo. Pero hay un dato inquietante al respecto: Nueva Zelanda, que organizaba la Copa América el año pasado, acabó perdiendo más de 90 millones de euros. Se supone que por el coronavirus, las ausencias de ricachones en yate y el descenso en la cifra de participantes a causa de la plaga. O sea, que no está excluida del todo la posibilidad de que nos salga la torta un pan. Eso aducen los pesimistas y los que se oponen a estos acontecimientos teóricamente pijos. Por el contrario, el capitalismo optimista ve clarísimo el negocio que puede hacer (una parte de) Barcelona con la regata de marras. La solución, dentro de un par de años. Y alegra esa cara, Ada, que, si las cosas salen mal, igual hay otro alcalde para comerse el marrón.