El otro día me crucé con la manifestación de los maestros. Primero, los Mossos d’Esquadra; luego, unas cuantas furgonetas de televisión y un puñado de periodistas con cámaras fotográficas y de vídeo; luego, la manifestación propiamente dicha. Delante de una pancarta y un mar de banderas de colorines, circulaba una furgoneta con un cuarteto de maestros cantantes, un micrófono y unos altavoces. Coreaban eslóganes con más moral que el alcoyano, como los animadores de un crucero, ésos que insisten en no dejarte en paz durante toda la travesía. Los manifestantes seguían más o menos las distorsionadas voces del cuarteto, y digo más o menos porque no se entendía la mitad de lo que gritaban. Un tipo animaba la reunión tirando petardos, desfilaron calle arriba y eso fue todo. Había mucha gente, eso sí.
Las protestas de los maestros me provocan sentimientos encontrados. Han tardado doce años, doce, que se dice pronto, en quejarse por los recortes. Cuántas veces no he dicho aquí y donde me han dejado decirlo que los recortes en sanidad y educación públicas y servicios sociales de la Generalitat han sido una salvajada, y lo han sido desde el primer día. Cataluña se ha convertido en ejemplo de desbaratamiento del Estado del bienestar, con la aquiescencia de un agitar de banderas. ¡Qué daño ha hecho tanta estupidez! Cuánta energía desperdiciada en tonterías nacionales y la casa sin barrer. Ha sido más importante agitar el fantasma de la diferencia que no reclamar aquello que nos une, la justicia social. En fin…
Entre los que convocan esas protestas se han colado algunos que no quieren clases en castellano en la escuela y otros que se manifiestan por hacerle la puñeta a un conseller de ERC, por ser de ERC. Ya saben, un asunto de guerra sucia e intestina entre convergentes y republicanos, una pelea a cara de perro para ver quién se queda con el botín. Es bien cierto que el tal conseller no da la talla, pero ¿quién la da? Tampoco es que importe demasiado. A los políticos procesistas les ha tocado la lotería: pueden ser personajes ridículos con ideas más ridículas todavía, o robar a manos llenas; su público, con la bandera por anteojera, les votará igual.
Barcelona verá ésta y muchas otras protestas en los días que nos esperan. La inflación se ha disparado y no parece que vaya a frenarse, pero los salarios… ¡Qué les voy a contar! Uno se cree de clase media cuando apenas llega a final de mes. Ahora, ni eso. Tras la pandemia, ha quedado en evidencia que la sanidad pública estaba infradotada y que no da más de sí, porque la hemos abandonado y maltratado todos estos años. El malestar entre el personal sanitario reventará más pronto que tarde, y el nuestro. Los sistemas de ayudas sociales se han colapsado… Ojo con la extrema derecha, que bebe en estas aguas turbias.
Hay razones para salir a la calle, razones de sobras. Barcelona se va a convertir en un manifestódromo en obras, porque ahora, ay, también comienzan las obras que, si Dios quiere y el tiempo acompaña, estarían listas para las elecciones municipales del año que viene.
¡Elecciones! Menudo año nos espera. Prepárense. Será un no parar de hazañas fantasiosas, bulos nefandos, feas intenciones y mentiras. El debate sosegado es un animal imaginario. Lo peor está por venir.
No me atrevo a hacer pronósticos de nada, porque nunca acierto y porque la situación cambia de hoy para mañana. Los indepes tanto se sacan los ojos entre sí como se abrazan y se dan besitos y juran por Snoopy ser los mejores amigos del mundo. Al final, como siempre, todo dependerá del reparto del botín. Se supone que Colau & Friends, de quienes puede esperarse cualquier cosa, tendrán un papel destacado a la hora de inclinar la balanza hacia aquí o hacia allá, y eso harán si pillan cacho.