Barcelona será la sede de la Copa América, la mayor competición mundial de vela. Ante la noticia todos se lanzaron en busca de la paternidad. Ada Colau, sorprendentemente sacó pecho, y detalló la inversión. El conseller Roger Torrent se hizo el interesante en los prolegómenos dando a entender que estaba al cabo de la calle y que su papel había sido protagonista. El president Aragonès estaba eufórico, y el culpable de todo, el líder del PSC, Jaume Collboni oliéndose la tostada de que todos se pondrían medallas se adelantó anunciando el evento.
Jaume Collboni junto con Barcelona Global, presidida por Aurora Catà, pusieron hilo a la aguja para conseguir la Copa América. El resto son las moscas que acuden a un panal de rica miel para “fardar” de éxito. Lo cierto es que está por ver si “fardar” de Copa América es para tanto. De momento, Barcelona invertirá 10 millones, el doble la Generalitat y 40 el sector privado, como explicó Ada Colau poniendo en valor la colaboración público-privada de la que ha renegado en sus dos mandatos hasta límites esotéricos. Y el retorno, ya veremos. En 2022, la sede de la Copa América fue Auckland, Nueva Zelanda. Según los datos oficiales, la ciudad ha perdido 156 millones de dólares. Este año, la sede es la irlandesa Cork, y ante los datos de Auckland el Gobierno irlandés pidió más tiempo para valorar la oportunidad. Una postura sensata.
Aquí no. Aquí hemos sacado pecho y se ha vendido la Copa de América como algo irrepetible. Nadie se ha preguntado si el retorno de más de mil millones que se está pregonando es una realidad o simplemente una operación marketiniana. Ciertamente, estamos necesitados de buenas noticias y aunque no haya seguridad, ésta lo es. Lo que nos ha sobrado es provincianismo vendiendo la Copa de América como una efeméride sin igual.
Un provincianismo que tenemos anclado hasta la extenuación. ¿Qué tiene la Copa de América que no tengan los Juegos Olímpicos de Invierno de 2030? Barcelona, o sea Colau, los ha rechazado y Aragonès se ha puesto a bailar la yenka liándola en las negociaciones con Aragón y convocando una consulta aunque no sepamos exactamente dónde. Lo curioso es que la Generalitat no ha movido un dedo para elaborar un plan B para las comarcas pirenaicas que aunque no se hicieran los juegos les permitieran una modernización de infraestructuras, cobertura de 5G o la identificación de sectores emergentes que complementaran la tradicional industria turística, que debe ser remozada con juegos o sin ellos.
Este provincianismo patético lo vivimos con el cierre de Nissan. En los Comunes incluso lo celebraron y la alternativa aún está por concretar. Mientras los trabajadores, al menos una buena parte de ellos, sigue en el paro. Eso sí, hemos tirado de provincianismo, Torrent y Aragonés los primeros, rechazando la instalación del Centro de Mantenimiento de Tanques. Una concesión por 50 años que daría trabajo a centenares de trabajadores de más de una generación.
Y la versión estelar de este provincianismo pacato ha sido el silencio ensordecedor de toda Cataluña ante la pérdida de la fábrica de baterías. Ni siquiera el independentismo más rancio se ha rasgado las vestiduras ante la decisión de Volkswagen de llevarse la instalación a Valencia. La cara de alegría de Ximo Puig era evidente. La nuestra, la de todos los que han salido en procesión para celebrar la Copa de América, inexistente. Nos hemos conformado con un evento mientras no hemos movido un dedo por consolidar una economía de futuro. Lo dicho, somos provincianos.