La apertura del túnel de Glòries en dirección Llobregat, es decir hacia el centro de la ciudad, ha sido otro fiasco cantado del gobierno de Ada Colau. El propio Ayuntamiento reconocía días atrás que habría retenciones, pero lo vivido este lunes y martes supera cualquier límite razonable: la infraestructura se ha convertido en un embudo que ha colapsado el acceso a Barcelona. El resultado: colas kilométricas hasta fuera del término municipal de Barcelona, más contaminación con los coches parando y arrancando, el doble de tiempo en hacer el recorrido habitual. Y, lo que es peor, cero autocrítica municipal.
Ahora mismo, la solución parece lejana y todo apunta que las retenciones se repetirán durante días. El consejo municipal de que se coja el transporte público tendría que ser la solución, pero ¿es viable? Sin lugar a dudas, no. No hablo del transporte público interno de Barcelona, que funciona bastante bien, todo sea dicho, sino de las conexiones metropolitanas, dependientes en muchos casos de unos servicios de bus insuficientes y de un sistema de Rodalies anticuado, pendiente de una mejora y de una inversión millonaria, incapaces de absorber la demanda si los ciudadanos de los municipios de las comarcas colindantes de Barcelona decidieran, de un día para otro, coger el bus o el tren.
Sí parece que funciona el carril bus, y que los usuarios que lo utilizan no acumulan retrasos por Glòries. Pero el número de buses que entra a Barcelona por Glòries es tan insignificante que se hace difícil entender que antes del túnel haya dos carriles exclusivos para líneas de buses discrecionales y taxis -que dentro del túnel se convierten en uno-. El planteamiento ha sido un error de tal magnitud que ha dejado únicamente en dos los carriles para los vehículos privados, mientras que cuando los coches circulaban por la Gran Via, la semana pasada, tenían entre tres y cuatro carriles.
Pero la reducción de carriles no solo es el único foco de conflicto. Dentro del túnel, los conductores se encuentran con tener que elegir, de forma obligatoria, entre dirigirse por un carril a la calle de Marina o por el otro a la de Padilla, lo que provoca más retenciones entre los vehículos que intentan cambiar de carril. El exconcejal de Movilidad del Ayuntamiento y experto en la materia, Francesc Narváez, opina que la mayoría de personas que vienen del Maresme optan por el carril de Marina. En el Ayuntamiento, "alguien ha pensado que obligando a girar hacia Padilla habría más personas que cambiarían de recorrido, pero no ha sido así".
El colapso circulatorio no se da únicamente en el túnel. Los coches que circulan en sentido centro por el lateral de Gran Via cuando llegan a Bilbao no pueden seguir en línea recta y se tienen que dirigir hacia el mar para coger cualquier otra calle que les lleve hacia el Eixample. Y, de momento, la única solución que ha planteado el consistorio es poner cámaras para evitar que los listillos se salten el veto a circular en superficie por el futuro parque de Glòries.
Hace unos días, el exconcejal de Arquitectura de Barcelona, Daniel Mòdol ironizaba sobre la apertura del túnel de Glòries. "Será un momento recordado de esta ciudad. Ésta era una intervención estratégica que se planteó con otra solución de túnel, sobre todo intentando que el impacto sobre la movilidad fuera el mínimo posible. La solución que se ha adoptado finalmente es la que tiene más impacto. Es la que menos conexiones tiene. Es una vía directa de entrada a la ciudad. Vamos a tener colas y colas de coches". Y parece que, de momento, razón no le falta.
Por más obstáculos que algunos pongan, los coches no van a desaparecer y aunque la plaza de Glòries será en un futuro un oasis verde -ahora de cemento-, los atascos seguirán existiendo y la contaminación aumentará en la zona si no se busca una solución. Ahora está por ver qué impacto acabarán teniendo en la movilidad de la ciudad las obras de vía Laietana, el tranvía y la superilla, en el corazón del Eixample. Ya hay quien teme que será un año caliente, previo a las elecciones, en materia de circulación, y que se acercan tiempos de caos diarios por más que se intenten blanquear.