La transformación de Barcelona en una ciudad menos contaminada y más amable es un objetivo compartido por todo el mundo independientemente de su ideología; otra cosa es cómo se hace. Incluso qué nombre se le pone al proceso porque ya se sabe que el nombre hace la cosa.

Que un partido llame "pacificar" la ciudad a bajar el ruido ambiente, mejorar la calidad del aire y abrir más espacios a los peatones es muy revelador. Que sepamos, aquí no hay ninguna guerra, sino las consecuencias de un urbanismo con escasa planificación en el que el desarrollismo ha impuesto su ley hasta provocar una incómoda coexistencia de coches y ciudadanos. Los ayuntamientos, de pequeños pueblos y de grandes urbes, llevan decenios trabajando en la reordenación del espacio público a favor del peatón, una tarea que la izquierda surgida del 15M bautizó como pacificación, un gran acierto a juzgar por su aceptación en todo el espectro político.

La respuesta de estos días del gerente de movilidad de Barcelona, Manuel Valdés, a las quejas por los atascos y la contaminación que ha generado la apertura del túnel de Glòries, siete años y 200 millones después, es coherente con esa forma de entender la gestión municipal: tome usted el transporte público, salga más pronto de casa, elija una hora con menos tráfico. Es lo que hay, viene a decir el hombre, casi chulesco. Una manera sui géneris de pacificar por parte de quienes previamente han declarado la guerra a los automovilistas.

Poco antes de las cinco de la tarde del viernes pasado, ante la sorpresa de los vecinos del Eixample, la circulación se congestionó en torno a los cruces de las calles Provença y Roger de Flor y de Rosselló con paseo de Sant Joan. Agentes de la Guardia Urbana cerraban el paso para que un grupo de padres –alrededor de una decena-- tuvieran a sus hijos en medio de la confluencia de Roger de Flor y Rosselló jugando en plena calzada al abrigo de la música que vociferaban unos enormes altavoces.

A pocos metros del lugar existe una agradable isla de interior de manzana, justo detrás del Palau Macaya, los jardines Agustí Centelles; también está muy próximo otro espacio similar, al lado de Myrurgia, los jardines de Beatriu de Provença. Y aún más cerca la plaza ajardinada dedicada a Caterina Albert. Todos ellos a menos de 150 metros del cruce pacificado, amueblados con bancos, toboganes, columpios y demás juegos para niños.

Pero no, aquellas familias preferían que sus criaturas corretearan en el asfalto por donde habitualmente circulan los automóviles, gozando de la momentánea protección de las patrullas que cortaban el tráfico una manzana más allá.

¡Qué concepto tan extraño tienen algunos padres de la guerra en la ciudad! Les pasa como al ayuntamiento.