El otro día me enteré de la existencia de una asociación política que me había pasado desapercibida, tal vez porque no destaca mucho en el panorama español actual (a no ser que organicen alguna performance de corte soviético, como las pancartas colgadas recientemente en un hotel de la barcelonesa plaza de Catalunya, que incluía imponentes retratos de Lenin y Stalin). Se trata del Partido Marxista Leninista (Reconstrucción Comunista) y su sentido del timing deja bastante que desear: con la que está cayendo (sobre Ucrania), reivindicar al Padrecito, aunque sea para agradecer a los rusos su ayuda a la república cuando nuestra guerra civil, no parece lo más adecuado ni lo más inteligente a la hora de hacer proselitismo de las bondades del partido. Hay que reconocer que han escogido muy bien el emplazamiento de su propaganda soviética, ya que el actual hotel Iberostar fue el Gran Colón de los tiempos republicanos y alojó las instalaciones del PSUC durante la contienda, pero el momento elegido no puede ser más intempestivo. Por no hablar de las paradas de autobús que han vandalizado con sus delirios pro soviéticos en las marquesinas, que más de uno se ha creído que estaban autorizados por el ayuntamiento, lo que no es el caso: hasta los que no soportamos a Ada Colau la creemos incapaz de autorizar semejante disparate.

Como levantar la vista y encontrarte con la jeta de Stalin tiene un punto de distopía retro que puede interpelar a la gente que, como yo, disfruta de un sentido del humor ligeramente retorcido, la cosa me ha llevado a interesarme por ese partido de cuya existencia no me había enterado hasta ahora. Así he descubierto que arranca en 2009 con el nombre de Reconstrucción Comunista, que su secretario general es un tal Roberto Vaquero y que su línea general es el anti revisionismo, que consiste en excomulgar, o lo que sea que hagan los soviéticos, a todos los que pongan en duda la altura moral de personajes como Stalin, Mao Tse Tung o el albanés Enver Hoxha (observo que se han dejado a otro gran benefactor de la humanidad, el camboyano Pol Pot); o sea, que estamos ante una comunidad de guardianes de las esencias --han llegado a montarles escraches a gente que está en primero de bolchevique, como Pablo Iglesias, Irene Montero e Íñigo Errejón-- que no es que vivan en los años 30, como los de Podemos, sino que se quedaron varados en octubre de 1917 y, probablemente, consideran que el cine no ha levantado cabeza desde que Eisenstein rodó El acorazado Potemkin.

No son muchos, pero están repartidos por toda España. El capítulo barcelonés es el responsable del asalto a las marquesinas (no solo no se las habrían dejado los comunes, sino que tampoco dispondrían de los monises necesarios para alquilarlas) y de las pancartas con las efigies de Lenin y Stalin. El próximo 9 de abril montan un acto de agradecimiento a los soviéticos por su participación en la guerra civil española y estoy pensando seriamente en acercarme por puro interés antropológico. Me pregunto cómo le funciona el coco a alguien capaz de defender a Stalin, a Mao y a Enver Hoxha. Sé que el partido estuvo ilegalizado durante un breve lapso de tiempo, pero que no se tardó mucho en permitirle reemprender su actividad, sea ésta la que sea (yo diría que, principalmente, delirar). En fin, como decía Springsteen, “al final de cada día de trabajo duro, la gente necesita algo en qué creer”.