Nueva idea de Colau para arrasar el Eixample de Cerdà y borrar su legado y su memoria, quizá porque fue militar y liberal, cosas que excitan las fobias de la alcaldesa. Su plan consiste en exterminar los clásicos y vanguardistas chaflanes que ayudaron a circular bien por Barcelona, hasta que ella y su acólita Janet Sanz llegaron al Ayuntamiento. Los llaman “eco-chaflanes”, palabro que insulta y atenta contra la ecología y el urbanismo. En su paranoica manía persecutoria contra los coches, pretende ubicar cosas verdes en las esquinas con la excusa de “unificar los espacios de juegos infantiles para facilitar los desplazamientos a pie y desviar el recorrido de las bicicletas y patinetes”. Olvida o no sabe qué hacer con los contenedores de su títere Eloi Badia y las zonas de carga y descarga.
La futura chapuza, si los tribunales no la evitan, se sumaría a las súper islas del Eixample, que son otro estropicio del ya fracasado urbanismo táctico. El complejo de hortelana de la alcaldesa consiste en sembrar sin ton ni son Barcelona de huertos, macetas y parterres desde las aceras hasta las azoteas, pasando por los balcones. Vulgar imitación del ecologismo verdoso de la izquierda sin muro de Berlín y sin nada que ofrecer más allá de una socialdemocracia descafeinada, Colau no siguió la senda de los neo-rurales de su generación privilegiada. Los que desertaron rápidamente del campo al ver que allí se trabaja y es más descansado y progre viajar de gorra con alguna onegé y okupar propiedades ajenas pagando el municipio luz, agua y subvenciones.
Colau plagió ideas de los happy flowers, pero prefirió la mugre y la roña urbana de las casas asaltadas y la estética de las calles orinadas por su amiga post-pornográfica. Hasta que llegó a alcaldesa sin comerlo ni beberlo, se trastocó su ideario y empezó a malgastar en experimentos de agricultura ecológica en la cubierta del mercado de Vall d’Hebron, en huertecillos de mísera subsistencia, en adoctrinar sobre “agroecología y soberanía alimentaria”, en crear una red de cooperativas alimentarias subvencionadas para sus fieles, en hacer la competencia desleal y arruinar al pequeño comercio de barrio… Falsas promesas de otro delirio que llama “ciudad ecológica, sana, inclusiva, cohesionada, justa y resiliente, y con una ciudadanía implicada en la gestión de los huertos”. Su excusa y coartada son: “la justicia ecológica, la inclusión y justicia social y la democracia participativa”. Todo en una ensalada más sosa que una sopa de agua de grifo.
Pelotillera de las recetas anti ganaderas del ministro Garzón y de la publicidad rural de la señora de Pedro Sánchez, la alcaldesa intenta convertir Barcelona en la ciudad de la bleda, palabra catalana y castellana, casi en desuso fuera de Cataluña. Sin embargo, es rica en significados, frases hechas y refranes populares como: poco espabilada, falta de vigor y de temple, apocada, quejica, boba, incapaz de resolver problemas, no vale un bledo, Dios la bendiga con jugo de bleda… La bleda soleada es el no va más de las bledas, aunque el demonio la bleda defeca. Y si la ciudad no es así, ¿quién es la bleda?