Digan lo que digan, leer no te hace mejor persona. Tampoco es del todo cierto que te vuelva una persona más sabia o más inteligente. Para eso hace falta un ánimo y una predisposición que no todo el mundo posee. Pero, caramba, si uno se aficiona a la lectura, habrá dado con un pasatiempo la mar de entretenido. Si, además, lee para cultivarse, mejor, pero, en serio, no hace falta ponernos dramáticos, que leer por pasar el rato es inofensivo, muy honesto y recomendable.
Por otro lado, tan bueno es entretenerse con literatura popular como con un sesudo ensayo, y una cosa no es incompatible con la otra. La lectura no te volverá mejor persona, pero tiene otros efectos que, si bien no son inmediatos, resultan beneficiosos a largo plazo. Así, por ejemplo, mejora la comprensión lectora, la expresión oral y escrita, amplía el vocabulario y permite escribir sin tantas faltas de ortografía.
Escribo esto antes de la Diada de Sant Jordi. Me tocará firmar algunos ejemplares de un libro que alguien consideró publicable. No he presumido poco de ello. Los escritores son… somos, perdón, pollos con querencias de gallo. ¡Nos puede la vanidad! Si no, ¿por qué escribimos? Aunque, en honor a la verdad, siempre, desde que era pequeñito, me ha gustado tanto leer como contar historias. No sé si lo hago bien, mal o regular, que eso tendrán que juzgarlo otros, pero sí que sé que cuando escribo estoy como en casa, a gusto. Aparte de sentarme en una silla, cuando escribo me siento en mi sitio, en mi justo lugar, y no sé si me he explicado bien, pero creo que eso es todo.
La Diada de Sant Jordi tiene algo especial, no hace falta que yo lo diga, aunque tengamos el circo montado, claro que sí. Todo sea por la función, las luces, la fiesta, el espectáculo. Será lo de cada año, pero nos pillará todo por sorpresa. Por ejemplo, andarán todos a la greña para ver cuál ha sido el libro más vendido, algo que a ciencia cierta no se sabrá hasta pasados unos cuantos días, y no pocos.
Habrá saltado la eterna polémica de los «autores mediáticos». Ya saben de qué va. Los «autores mediáticos» saldrán a decir en los medios que no son «autores mediáticos», sino autores «de verdad» que escriben obras que merecen un respeto. Pues… no. La obra debe juzgarse por sí misma, no por quien la escribe, eso es verdad. Ahora bien, la mayoría de los «autores mediáticos» que no tiran de «negro» escriben que da pena, y los que tiran de «negro», también. Son muy raras las excepciones a esta regla de oro, muy raras. Son obras que no merecen una segunda lectura, suponiendo que hayan merecido una primera. Venden mucho, eso sí. Ponga un «autor mediático» en su catálogo y habrá hecho caja para todo el año. O no, porque nunca se sabe cómo va a resultar un libro.
Detrás de las bambalinas, la gente del libro vive el día muy intensamente, sin contar con todos los días que lleva preparándose el circo. Imaginen el follón de las librerías, acumulando pedidos durante días y montando los puestos de venta en la calle. Agotador. Conozco a agentes literarios y editores que llevarán a sus autores de mesa en mesa a firmar ejemplares. Cada año, más de uno y más de dos acaba mal de los nervios con tanta prisa y tanto ir arriba y abajo, en un sinvivir cronometrado y ajetreado.
Siempre surgen imprevistos. Una vez, en medio de tanta confusión detrás del escenario, pasé a saludar a una amiga que trabaja en una editorial y me vi envuelto sin querer en un momento de alta tensión editorial. Para que se hagan a la idea, tuve que hacerle el favor a una agente literaria y acompañar a una de sus escritoras de novelas románticas a hacer pis, porque sabía dónde había una letrina accesible. A nadie se le había ocurrido que las autoras de novelas románticas también tienen pis y la pobre mujer no había tenido tiempo de nada tanto saltar de una mesa de firmas a la siguiente. Pueden imaginarse el drama y la urgencia, pero al final pudo aliviarse la situación sin daño para nadie.
Pasado ya el día de fiesta, recuerden que el resto del año también se venden libros y que las librerías están para eso. Conviene insistir en ello.