Llegó el buen tiempo pero no la alegría. De hecho, a esta última, ni se la espera. Hoy, Barcelona vive cautiva de un fenómeno llamado imposición ideológica y sectarismo partidista. No es nada nuevo afirmar que Barcelona se ha convertido en una pieza de intercambio de poder sin que tenga otro mayor proyecto que la desigualdad. Empleando terminología muy llana, la política populista ha fracasado por completo.
Hoy podemos afirmar sin complejos que Barcelona escribe sus peores páginas desde la recuperación de la democracia. Pobreza masiva, delincuencia, vivienda, movilidad. Da igual donde mires, el descalabro es total. Asistimos a un completo desmantelamiento de un modelo de éxito, basado fundamentalmente en las políticas del esfuerzo y sobretodo en la iniciativa privada, por otro de tinte ideológico a imagen y semejanza de quien lo promueve.
Efectivamente, ésta es la lectura, existe un sectarismo partidista que se quiere adueñar del consistorio y no solo impulsando una red clientelar más que evidente, sino también por la vía de las oposiciones para enchufarse a lo público. Podrá ser legal pero el mensaje ético brilla por su ausencia.
El objetivo populista es claro, aprovecharse de la tensión social de las cuestiones identitarias y en base a ese fraccionamiento seguir liderando un proyecto de ciudad que solo responda a los votantes que les acompañan.
No es ningún secreto que el populismo vive de la división y del abstencionismo. Ambas herramientas estratégicas son las sólidas bases del populismo en Barcelona.
Si nos damos cuenta Barcelona vive en una continua derrota. No faltan ejemplos: el Primavera Sound, que ahora emigra también a Madrid; el desastre del túnel de Glòries, que ha sido la puntilla para descalabrar le economía proveniente del Maresme, y el fiasco de las superilles. Y todo este esperpento urbanístico sin una miserable moción de censura que ponga de relieve, cuanto menos, que hay alguien que se opone a toda esta incompetencia.
Ya es grave que ante las múltiples imputaciones penales de la alcaldesa nadie impulse una solo medida de regeneración inmediata que ponga fin a esta pérdida de credibilidad, a todas luces, evidente.
Barcelona debe volver aquello que la hace única y se llama CALIDAD. Regresar de nuevo al campo de la gestión, y dedicarse a resolver desde el pragmatismo todos y cada uno de los terribles desequilibrios sociales que azotan la ciudad. Hemos de impulsar un nuevo modelo de gestión social y económico que devuelva la confianza y la ilusión a los barceloneses.
Hay quien aún no sabe que el entusiasmo es el único motor que hace funcionar a esta ciudad. Quedan 12 meses y ahora sí que solo depende de nosotros reflotar esta maravillosa ciudad que reclama cuidado, buena gestión y competencia para hacerla progresar como merece.
La máxima expresión del populismo no podrá con la esencia de la inquebrantable Barcelona.