Los historiadores, muchos de ellos, aunque no todos, tienden a escribir epopeyas que justifican la historia común de un territorio que antes no era común. Pura ideología para justificar el presente. Normalmente se les pagan los servicios prestados, consistentes en utilizar el pasado como ejemplo para generaciones presentes y futuras. A veces con resultados sorprendentes porque se ensalza a verdaderos energúmenos que causaron muertes en cantidades considerables. Ahí está Napoleón, cuyas hazañas encandilan a los franceses.

Casi todos los países veneran a “héroes” que provocaron dolor a espuertas como modelos que proponer a los niños en las aulas. Tipos que, según la interpretación dominante, prefirieron matar y morir antes que ver “la patria” en manos del “enemigo”. El ejemplo más preclaro de este absurdo es el escuadrón suicida de la película La vida de Brian que muere ante una cruz como protesta por la “invasión de los romanos”. Unos romanos que sólo les habían dado, según reseñan otros personajes del filme, el acueducto, el alcantarillado, las carreteras, la irrigación, la sanidad, la enseñanza, el vino, los baños públicos y otros beneficios. Está claro que nada de eso interesa si llega de la mano del opresor. Si para liberar al pueblo de la opresión hay que hundir a la población, pues se la hunde. Después de todo, quienes prefieren el bienestar a la independencia no dejan de ser cómplices del españolismo invasor.

Esta misma semana los patriotas de turno se han lanzado a reventar el presente en nombre de un futuro en el que no creen ni ellos. Por una parte, un grupo de jovenzuelos autodenominado Batec propone que no se pague en Renfe porque el maldito Estado opresor no invierte en las líneas que circulan por Cataluña. Y lo hace en el momento en que empiezan diversas obras en Rodalies. Que un puñado de mozalbetes se lance a la aventura de intentar hundir una empresa pública entra dentro de lo comprensible. Que les dé su apoyo moral el vicepresidente del Govern, Jordi Puigneró, supera cualquier tipo de racionalidad. Si bien se mira, quienes rechazan pagar en Renfe son los mismos que proponían no pagar en las autopistas, campaña que ha desaparecido ahora que sólo hay peajes en las que dependen del gobierno de la Generalitat.

Frente al disparate, la voz que se ha alzado con mayor claridad ha sido la de Manel Nadal, que fue secretario de Movilidad con el Tripartito: “He oído que hay un colectivo que comienza una campaña para que no se pague a Renfe… Me ha sorprendido e indignado que el consejero vicepresidente, titular del servicio, diga que no le parece mal. Así va el país, esperando la independencia, lo arruinamos todo, ninguna responsabilidad”. En efecto: dirigentes irresponsables dedicados a fomentar la desobediencia universal.

El otro iluminado es, nada más y nada menos que el presidente del Govern, Pere Aragonès. Dice que prefiere que el aeropuerto de Barcelona se vaya al garete y que no se amplíe si no es transferido a la Generalitat. Es, por cierto, el mismo Aragonès que asegura que no mantiene relaciones con el Gobierno catalán por un vago asunto de espionaje en el que esta vez no participan los Mossos. Le espiaron un móvil no oficial en el que hablaba con miembros de los CDR y de Tsunami Democràtic. Y eso está muy mal. Él quiere un tratamiento similar al emérito, con licencia para delinquir, si hace al caso.

Mientras él no se habla con el Ejecutivo central, su padre y sus tíos piden y obtienen siete millones de euros en créditos del ICO para reflotar los hoteles de la familia. A eso se le llama poner una vela al dios de la independencia y varias al diablo del crédito barato.

También Ada Colau se ha mostrado contraria a la ampliación del aeropuerto de El Prat, pero en este caso los motivos son otros. Cree que la aviación no es un medio de transporte con un futuro claro debido a los altos consumos de combustibles fósiles. Se puede coincidir o discrepar, pero es un argumento. Lo de Aragonès y Puigneró, en cambio, es la política del berrinche de niño pequeño que destruye el juguete de otro porque no es suyo. Con una salvedad: los aviones y los trenes no son, en este caso, juguetes, sino un instrumento al servicio del desarrollo del territorio. Algo que, por lo visto, les importa un soberano pimiento. Participan del mismo espíritu del PP cuando, en 2010, Cristóbal Montoro rechazaba una serie de medidas anticrisis del gobierno Zapatero con una sentencia que le definía: “Que caiga España, ya la levantaremos nosotros”.

En eso andan algunos como Aragonès, Puigneró, Núñez Feijóo: en conseguir que caiga todo. Y a esa actitud la llaman patriotismo.