Elsa Artadi se va. La jefa de filas de Junts dice que no tiene energía y que no puede más. Es una decisión respetable, solo faltaría, pero no es una decisión solo personal, es política. El espacio electoral de Junts, el centroderecha independentista heredero del nacionalismo conservador de la antigua Convergència, se queda huérfano a un año de las elecciones. Se entiende poco la marcha de Artadi con los argumentos que ella ha dado cuando montó unas primarias para cortar el paso a otros candidatos, dejó la ejecutiva del partido para dedicarse, ciertamente con ahínco, a su labor en el consistorio y hace tres días protagonizó un acto con aromas preelectorales. Hace solo tres días.
¿Por qué ha dado este paso atrás? Esta es la gran pregunta. Unos apuntan que la marcha de Puigdemont de la presidencia del partido la ha dejado en la cuneta. Con Puigdemont, Artadi pensaba que tendría las manos libres. Sin él, será harina de otro costal. Otros, que las encuestas en la ciudad de Barcelona no le eran favorables lo que aumentaba las críticas internas. No hace muchas semanas publicábamos en Metrópoli que destacados dirigentes de Junts, incluidos algunos miembros del Govern, habían puesto en marcha la Operación Biden, o sea, recuperar a Xavier Trias para afrontar las elecciones con el afán de recuperar el voto tradicional convergente y reconstruir el espacio de Junts en Barcelona más allá del independentismo.
La presión sobre Artadi aumentaba con los movimientos de Sandro Rosell para presentar una candidatura en Barcelona que era vista con buenos ojos por sectores del partido. Esta situación de conspiración constante contra su liderazgo la llevó a abandonar la ejecutiva del partido para atrincherarse en Barcelona dónde estaba aprovechando el espacio político que le dejaba ERC por sus constantes carantoñas con el equipo de Gobierno, pero sobre todo, por sus amoríos con Ada Colau. Ahora esa presión parece que es la causante de su baja definitiva del Ayuntamiento, del partido, del Parlament, de su vida política.
Ciertamente, Artadi no se ha caracterizado por su fortaleza en momentos de tensión. Tiró la toalla cuando podía haber sido designada la candidata a la presidencia de la Generalitat que al final recayó en Joaquim Torra, se retiró del Govern cuando todo apuntaba a que iba a ser designada vicepresidenta económica bajo la presidencia de Aragonès, y en el partido jamás se atrevió a pujar por su dirección. En política siempre hay presión, y la política es cainita. Eso lo debía saber Artadi. Parece que no lo sabía, y su carrera política, corta, ha llegado a su fin.
Ahora Junts debe tomar decisiones y rápido. ¿Quién será el candidato o candidata? ¿Cuál es el papel de la formación en política de pactos? Como afirman Ciuró o Puigneró con manos libres para pactar con el PSC, o mantener el purismo de Borràs de independencia y nada más. Aquí se abre otro melón. ¿Serán capaces los de Junts de designar un candidato antes del próximo congreso del partido en el mes de junio? No parece, a tenor del mal rollo existente entre Laura Borràs y Jordi Turull. ¿Se buscará un candidato transversal en una plataforma? ¿El candidato será de casa o un independiente?
Demasiados interrogantes para una formación inestable. Artadi ha contribuido a la inestabilidad de un partido que sigue sin brújula y sin norte. No ha podido aguantar la presión, pero a la política se viene llorado de casa.