Me envían un programa con cursillos de formación para personal de una de las administraciones públicas que tiene sus cuarteles en nuestra ciudad. Lo primero que me llama la atención es que la metodología del curso será «híbrida». ¿Y eso qué es? Que en vez de tener que ir a clase, podrá seguirse por la pantalla del ordenador, me explican. Ah, vale. Híbrido. No lo habría dicho nunca.

El currículum de los profesores contiene méritos como ser un «Coach Ontológico y Transformacional Sénior», así escrito, con todas las mayúsculas. No faltan más mayúsculas en otros títulos expedidos por la Tanned Balls University: «Facilitador de Transformación Personal», «Mentoring», «Ingeniero de Tecnología Humana», «Coach Sistémico de Equipos», «Máster en PNL», «Terapeuta» y qué sé yo. Que no falten ni el inglés ni el chino, que adornan mucho: «Emotional Content & Strategic Communication», «Chi Kung», «Mindfulness», «Qi Gong» y qué sé yo.

Las víctimas de semejantes «formadores» están muy necesitadas de formación técnica y de procedimientos de trabajo, de información sobre cuestiones legales y resolución de casos prácticos. Ahora mismo, no están muy interesados en la oferta que ofrece su departamento: «Empoderamiento vital», «El poder de la conversación», «Práctica vivencial del presente», «Entrenando una mente», «Constelación de las emociones» y un largo etcétera de cosas utilísimas en un trabajo escaso de personal, falto de medios y sobrecargados de altos cargos que, ellos sí, tienen tiempo que perder en tonterías.

Pueden imaginar el cabreo de mi informante, que no cree en paparruchas. Yo tampoco, que conste. Por eso se indigna, como yo, por tanto tiempo, tantos esfuerzos y tanto dinero echado a perder en sandeces. Todavía guardo en la memoria un «Curso de Adaptación Emocional al Cambio» que precedió al despido de una tercera parte de la plantilla de la oficina donde trabajaba entonces. Sinvergüenzas.

Aunque éste es el caso de una administración pública, tengo docenas de ejemplos de tonterías semejantes en el mundo de las grandes empresas. Se cuenta en voz baja la afición de muchas personas «de peso», que suele decirse, a los videntes y echadores de cartas. ¿Se acuerdan de Jordi Pujol y la bruja Adelina? Un episodio delicioso que explica muy bien por qué estamos donde estamos. Eso, en voz baja, pero en voz alta ¡cómo presumen de ser adictos a los insondables misterios de las terapias holísticas de última generación!

Diría que existen medidas más eficaces para acabar con la ansiedad y el estrés en el trabajo. Se me ocurre, por ejemplo, calcular mejor la carga de trabajo, disponer de los medios y materiales necesarios, estar bien formado, tratar con personas educadas y responsables y disfrutar de un salario digno y un horario que nos permita disfrutar de la vida.

Pues no. Si estás chungo es porque quieres estar chungo. ¿Estás triste? ¡No estés triste! ¿Quieres? ¡Puedes! Si estás como estás es porque no te esfuerzas lo suficiente para estar de otra manera. Lo de la igualdad de oportunidades y derechos queda para otro día. No existe discurso más cursi, y por lo tanto reaccionario, que el propagado por los libros de autoayuda. ¡Cuánto daño han hecho! ¡Cuánto!

Porque este mensaje ha calado hondo. La tontería ha vencido. Un tuit cursi con sobradas muestras de panfilismo sustituye a una acción colectiva que exige el cumplimiento de un derecho.

Véase el último ejemplo. En el portal del Liceu han puesto una verja obra de Plensa. Se llama «Constelaciones» y pretende «dialogar con Gaudí y Miró». Plensa es a la decoración urbana lo que Lladró es a la decoración del hogar, pero hace ya tiempo que las fuerzas vivas de nuestra ciudad han abandonado la excelencia y han optado por la vulgaridad.

La obra se describe como «tres plafones de plancha, encuadrados en las arcadas de la entrada principal del teatro […] protegerán el espacio cubierto que queda entre el interior y la acera, donde se dan situaciones de inseguridad que la institución cultural quiere evitar». Las «situaciones de inseguridad» las describió con increíble desparpajo el señor Víctor García de Gomar: «se debe proteger el Liceu de muchas cosas de las que pueden ocurrir aquí, desde gente pinchándose heroína a gente durmiendo porque no tienen otro sitio. […] Después, situaciones como violaciones, prostitución, etcétera. […] Es una situación difícil de sostener a las puertas del paraíso».

Ese «paraíso» es una de las instituciones culturales más subvencionadas de la ciudad, y una con las entradas más caras, a cambio. Un «paraíso» para quien pueda pagarlo. La miseria «ad portas» desluce la agradable sensación de exclusivo bienestar de quienes lo disfrutan. ¿Eres pobre y tu vida se ha arruinado? Eso es porque quieres, no nos vengas a fastidiar.