Ahora les ha tocado el turno a los estudiantes. En la Edad Media, los enviaron extramuros junto a los burdeles. Franco los desplazó a la lejana Diagonal y a la desértica Universidad Autónoma de Bellaterra. Y Colau y su sínodo los expulsan del centro de la ciudad. Su idea es poner fin a las residencias de estudiantes, que son desterrados y obligados a desplazarse a las afueras. Una excusa es un supuesto rechazo vecinal a algunas residencias por asociaciones que sufraga el Ayuntamiento para manipularlas a su antojo. Otra vez, ordena y manda el sectarismo. A las asociaciones amigas, todo, y a las reivindicativas, nada o continuados desprecios como a Sant Andreu.
Su anticultura táctica es otro ataque a la iniciativa privada que ofrece alojamiento a estudiantes, profesores e investigadores locales y de medio mundo. Como la residencia de lujo en el 22@, gestionada por una firma internacional de inversión inmobiliaria que invierte en Barcelona para construir su primer centro de alto copete en España. Con piscina, terraza en la azotea, espacios de ocio, más de dos mil metros de jardines, suites, gimnasio, cine, bar y más servicios dignos de gran hotel con arquitectura catalana de belleza garantizada. Nada que ver con los ateneíllos y los “centros culturales” de okupas que patrocina el Ayuntamiento.
La mentira es que las residencias de estudiantes se deportan del centro para minimizar el impacto en el entorno. Pero sólo se la creen Colau y su feligresía, que cuando oyen la palabra cultura echan mano del cóctel molotov. La falacia de “garantizar el descanso y la vida cotidiana del vecindario” es un insulto a los vecinos que sufren las actividades “culturales” de los okupas, y otra agresión al pequeño comercio y a la restauración que sobrevivía gracias a los estudiantes, como es el caso del Raval desde que llegaron varias universidades. El Ayuntamiento ha aprobado otra residencia privada en el Para·lel, pero a cambio de apropiarse de parte de la planta baja y reservarse más de ochenta plazas, a saber para qué y para quién. Además, la Universitat de Barcelona ha vendido un colegio mayor en Sant Gervasi.
Mientras, y para ojeriza de la casta municipal, la escuela de negocios IESE se ha situado como la segunda mejor del mundo. Y ESADE en la cuarta, según el Financial Times. IESE cuenta con más de treinta mil metros cuadrados en Pedralbes. Y ESADE con otros tantos en la misma zona y casi veinte mil más en su campus de Sant Cugat. Son dos satisfacciones para la Barcelona económica, estudiosa y emprendedora, y dos goles a la incultura de la comunada, que ni sabe la mucha riqueza que los estudiantes aportan a Salamanca, por ejemplo.
Como “roda el món i torna al Born”, los impostores de falsa izquierda repiten la historia de la represión. Franco envió las facultades al extrarradio de la Diagonal, y a la Universidad Autónoma a Bellaterra, con una plaza para aterrizar helicópteros militares en caso de revolución. El dictador recuperó otra tradición medieval barcelonesa. Expulsados estudiantes y prostitutas a los arrabales de las murallas, se asentaron en la calle Tallers. Allí hubo un burdel que sucumbió bajo los cimientos de la primera Universidad del Estudio General. Pero el patio de la casa donde se impartía ciencia y sabiduría se siguió llamando “el patio del burdel”. Y los comunes, ilustrados como no son, vuelven a las andadas.