Barcelona vive una enorme efervescencia. Hay nervios y disputas internas en los partidos políticos y también hay posibles candidatos que esperan recuperar su lugar bajo el sol tras años complicados en los que han sufrido, a su juicio, verdaderas injusticias. Los sectores económicos de la ciudad, pero también entidades sociales y colectivos de la sociedad civil, entienden que las cosas no pueden seguir así. Ya no se trata de diferencias ideológicas, como de la aplicación de un cierto sentido común. Una ciudad se desarrolla a partir de grandes consensos, de un diálogo permanente, de acuerdos entre diversas instituciones. Y se entiende que la alcaldesa Ada Colau, y, de hecho, el conjunto de los comunes, ha aplicado una dialéctica perversa, con decisiones unilaterales, que han perjudicado a la ciudad.
Una de las decisiones que tomó Colau ilustra como ninguna otra ese desapego. Se trata de la inversión de la cadena Four Seasons. Ese hotel de lujo ha recalado en Madrid, y no por culpa de los desaprensivos dirigentes de la capital de España, sino por dejación del Ayuntamiento de Barcelona, que despreció ese signo de distinción. ¿Va en contra de la cohesión social el permitir una inversión hotelera de ese tipo? ¿O es un error monumental que transmite la imagen de que Barcelona se conforma con ser una especie de Niza?, como señaló en su día el empresario Leopoldo Rodés, como recuerda el periodista Manel Pérez en su libro La burguesía catalana, retrato de la élite que perdió la partida (Península).
La idea de que Barcelona debe tener otro equipo de gobierno a partir de 2023 se ha instalado en gran parte de la ciudad. Pero, ¿cómo se logra ese objetivo? El partido mejor colocado, el que dispone ahora de crédito, por su ascendencia en toda Cataluña, es el PSC. Y es su candidato Jaume Collboni, que lleva trabajando con perseverancia como teniente de alcalde, el que puede aglutinar un voto útil, procedente de otros entornos ideológicos que apuesten por el cambio.
Pero la fragmentación política es una realidad. Y existe otro partido también muy destacado, que mantiene una posición central en Barcelona. Se trata de Esquerra Republicana, que no quiere saber nada del PSC porque lo considera su adversario político, en la capital catalana y en el área metropolitana. Y los republicanos saben que pueden tener la alcaldía –sería un motivo de máximo orgullo— con el apoyo de los comunes.
En esas circunstancias, que se conocen en todos los despachos y foros económicos de la ciudad, aparece un nombre: Xavier Trias. El ex alcalde de Barcelona valora un último intento, aunque considerara que ya no es su momento y que los veteranos ya han hecho su trabajo. Pero la misión es clara: ayudar a un cambio en Barcelona, junto a los socialistas, y permitir, al mismo tiempo, una buena base electoral para quien le acompañe como número dos, y luche por la alcaldía en el siguiente mandato. Sería el puente necesario entre la vieja Convergència, ya inexistente aunque algunos nombres se mantengan, y ese algo nuevo que nadie sabe que significa que se llama Junts per Catalunya. Si ese ‘lo que sea que signifique JxCat’ quiere hacer política, negociar y pactar y ayudar al conjunto de la sociedad, debe poderse dirigir a la ciudad de Barcelona con un nombre propio que sea reconocible y que aporte serenidad y objetivos claros.
Trias tiene una gran oportunidad para quitarse el mal sabor de boca de las elecciones de 2015, cuando no supo –era muy complicado—reaccionar para buscar una alternativa de gobierno frente a Ada Colau. Pero Trias también tiene el mal sabor de boca de su etapa como alcalde. Su gestión se valora de forma positiva, pero se encontró en la vorágine del proceso independentista. Él, que nunca lo fue, no pudo señalar que aquello no iba a ninguna parte. Ahora no renuncia a ese legado, pero Trias sabe que en algún momento los postconvergentes deberán salir al campo para jugar y buscar victorias respetando las reglas del juego.
Es la hora de Xavier Trias. Muchos le están esperando para que ayude al cambio que necesita Barcelona. Y ayude, a su vez, a su propio partido, que parece que quiere estabilizarse con Jordi Turull como secretario general, una vez se compruebe que la figura de Laura Borràs tiene sus límites.